Fotografías

Ricardo Chamorro

Spider, un hombre sin sentido de la realidad

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Siempre se presenta la dicotomía entre las películas “profundas” y las películas “entretenidas”. A las primeras se las califica de serias y a las segundas de frívolas. Sin embargo, a mi juicio existe un amplio grupo de películas donde dicha dicotomía no existe. “Spider”, de David Cronemberg, es una de ellas.

Desde la escena inicial, el filme nos plantea el reto de entrar en la mente del personaje y saber que pasa en ella. Lo que pasa por la mente del sujeto (no es lo único) es la alucinación, lo comprendemos con el correr de imágenes pesadillescas y degradadas. Spider es un hombre alucinado que cree saber con claridad como funciona el mundo, pero su aspecto angustiado delata un permanente estado de sospecha y temor respecto de su entorno. Spider está siempre desconfiando, siempre sospechando y siempre mascullando comentarios para sí, que los demás no oyen. Hacia el final de la película (y con esto me adelanto bastante), la realidad se le aparece una cosa extrañísima, que no comprende, que no ha comprendido nunca. Que no comprenderá nunca y que volverá a jugarle malas pasadas.

Por suerte para el hombre hay una cierta constancia en la vida, por lo tanto puede realizar estrategias de sobrevivencia. Son las estrategias de sobrevivencia correctas para el mundo en que cree vivir, después de todo Spider no es tonto. Pero esas estrategias de sobrevivencia, que van haciéndose cada vez más peligrosas para quienes le rodean, y más peligrosas para el propio Spider, chocan con lo inesperado de manera creciente. Y al hacerlo, el personaje sufre una creciente perdida de sentido. Como su actuar, además, está contra las normas del mundo “normal” (Spider es un “anormal” durante toda la película y durante toda su vida) se le caracteriza como “loco” y, de esa manera, Spider ha tenido que pasar encerrado bastante tiempo. El encierro no es solo generado por el sistema de salud. Lo genera también el propio Spider. Ese es aproximadamente, el giro de los acontecimientos en la película.

Podría decir que “el fondo de la película es la locura, la forma en que la locura atrapa a un hombre y lo vuelve un ser marginal”, pero esa es solo una primera lectura. Porque la película también nos presenta una visión crítica de la familia pequeño burguesa. La familia de Spider, en su niñez, es su padre y su madre. Un entorno correcto y adecuado desde un punto de vista democristiano y, sin embargo, es este ambiente el que engendra una mente como la de Spider. ¿Por qué?. Cronemberg no hace aquí una presentación realista de las familias, sino una representación altamente simbólica; no es fácil darse cuenta al ver la historia por primera vez. Hay, en todo instante, una dinámica Edípica en el comportamiento de todos los integrantes. Es una figuración Edípica bastante canónica, por lo demás, donde cada uno de los personajes juega su papel a la perfección. El niño odia al padre que le quita a la madre, a “su” madre, a la madre tal como Spider la quiere, buena y pura. Se la reemplaza por una mujer burda y chabacana, una prostituta de la calle, que bebe, fuma y se comporta de manera lujuriosa. Estas dos madres, que Spider pone (y “opone”) en evidencia con su visión de mundo, son al final una sola persona y el personaje lo descubre demasiado tarde. A esa altura su mente se ha separado de la misma forma en que lo ha hecho su madre.

El filme también muestra una cierta visión acerca de la infidelidad. Una infidelidad que aparece en el padre de una manera desagradable, ligada al crimen y a la irracionalidad. Es más una urgencia sexual, perversa, que una aventura de amor. Se nos aparece un tipo que está deseando escapar de su hogar, de una casa quizá demasiado monótona y calma. Para la mente de Spider (todo el pasado lo estamos viendo a través de sus ojos), su padre elige a la primera mujer que le satisfaga la urgencia y con eso el padre destruye a la madre y a la “familia feliz”. La mujer hace algunos esfuerzos por evitar la infidelidad. Se compra ropa sexy para atraer a su hombre. En los ojos de Spider, la mujer no logra retener a su hombre. A pesar de ese fracaso, Spider comienza a entender que no es él el favorito de su madre, ni es él el único que atrae su atención. Spider comprende que su madre está pactando con el enemigo (su propio padre). La infidelidad del padre se desarrolla rápidamente a los ojos de Spider. Todos en la platea participamos en el desprecio por la amante y por el padre. “Son unos malditos criminales”, escuché decir en la butaca de al lado. En cambio, profesamos gran ternura a la madre, una mujer inocente y buena.

El director logra, con gran maestría, convertir al espectador en una variedad de Spider. Hasta que nos llega la sorprendente verdad final. Y los sorprendidos somos todos, el personaje y los espectadores. El espectador siente que él también merece el encierro, que él también está loco, que su propia madre está dividida en dos. La escena del automóvil alejándose hacia el manicomio es también un alejamiento hacia la infancia del personaje. Una segunda vuelta es necesaria. Cosa que, gracias a nuestro poder como espectadores, podemos llevar a cabo para salvarnos de la locura. Spider no tiene tanta suerte; ha entrado en un ciclo infinito. Conocer el secreto (“la verdad”) permite acercarnos a otros detalles que pasan desapercibidos al principio. Detalles constructivos que nos convencen de haber sido engañados durante mas una hora. Un pequeño pero importante ejemplo: existe una sola actriz para representar a tres personajes distintos que van pasando por la cabeza del protagonista. Sin embargo esos personajes son todos el mismo: una visión, una parte de la madre, una de las formas bajo las cuales se manifiesta la madre.

Es una película absolutamente recomendable. Una película que, si peco de exagerado, debieran verla todos los Santiaguinos las dos veces que señalo. Esta película es ideal para resolver conflictos Edipicos y de esa clase de conflictos el santiaguino está lleno.

Las imágenes de la violencia

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Hace un buen tiempo que la televisión nos acostumbró a la visión de imágenes violentas. Son imágenes que, por lo menos, son mostradas en todos los noticiarios y, curiosamente, antes de la sección deportes. Alguien pensaría que se está intentando aumentar la testosterona del telespectador. Yo creo en esa paranoia. Estudios serios indican que grandes niveles de testosterona en la sangre implican mayor nivel de agresividad. De esta forma, el mayor nivel de testosterona se presenta en los delincuentes y el más bajo en los oficinistas. Los mismos estudios serios indican que la testosterona aumenta mucho cuando el telespectador ve un partido de fútbol o imágenes de violencia por la telepantalla. Hay mucha adrenalina también circulando en el cuerpo del telespectador.

Cuando digo que la televisión nos acostumbró a la violencia, estoy diciendo que nos volvió adictos al cóctel hormonal que trae aparejada la visión de la violencia. El ejemplo que cito se refiere a la “crónica roja” que nos alerta ante los delitos más horrendos que se suceden uno tras otro en nuestra pantalla. En la calle no ocurren con regularidad, bueno es decirlo. Pero el tele-adicto sale a la calle convencido de “que le va a pasar algo” y toda la testosterona que tenía frente a la tele se le reduce a cero porque sale cagado de susto. Anda saltón por la calle, por culpa de las leseras que ve por la tele. Eso salvo para los verdaderos delincuentes que se alimentan no solo de violencia televisiva sino también de violencia real. Una violencia real que han creado bajo la inspiración de la tele. Hace poco me todo hacer un viajecillo a un sector periférico de la ciudad de Santiago (Sin City, como le llaman algunos, otra inspiración “visual”). Me senté en el último asiento. Pronto comprendí que todos los que me rodeaban se dedicaban al delito como fuente de ingresos. Y sus comentarios eran espeluznantes. Decían cosas como “y si la vieja se pone cuática, sacamos una motosierra y le cortamos la mano, ¿te imaginai como saltaría la sangre? Ja ja ja”. Por supuesto, yo nunca he visto a un lanza cogoteando con una motosierra. Es más, una motosierra es un aparato bastante caro, difícil de manejar y no muy corriente. Salvo en la televisión, donde la motosierra fue el arma más impactante de “Alguien te mira”, la ultima pasta base que le tiraron a los teleadictos de chile.

Otro ejemplo, un poco más manoseado: en la Isla de Pascua no había delitos, ni uno solo, hasta que la televisión llegó a la isla. Por supuesto, los asaltantes pascuences eran bastante inofensivos, unos pocos tipos que se roban la plata de una panadería, cosas así. Pero eso motivó la construcción de la primera “cárcel” de la isla, porque la “delincuencia” había llegado. No hay que asustarse demasiado: la cárcel pascuence es tan inofensiva como sus delitos. Pero de todas maneras, sirve para entender que la génesis de mucha delincuencia es la idealización del delito, como una actividad emocionante, que te puede llevar a aparecer en pantalla. Un ejemplo clarísimo son las películas de vaqueros. ¿Qué niño no quiso ser un forajido después de ver una película del far west? ¿Qué niño no quiso asaltar la diligencia y partir con el oro hacia nuevo México? Por supuesto, todos los niños del mundo. A los “niños” de las poblaciones les pasa lo mismo: quieren ser pistoleros. Con la gran diferencia que tienen la posibilidad cierta de ser lograrlo.

¿Más imágenes de violencia? Están por todas partes. En los videojuegos, en el cine, en los reportajes, en el deporte, en Hollywood, en la guerra de Irak, en los apaleos de Birmania.

Por todo lo anterior, (una parrafada desordenada, sin duda) es absolutamente comprensible que un adolescente salga a la calle un 11 a disparar a aquello que es la imagen viva de la maldad sistémica: un paco. No es que se quiera matar al tipo, es decir, no hay representación mental de la muerte del tipo. Solo el placer de disparar a un grupo de verdes que se hallan rodeados e indefensos. Porque siendo honestos ¿alguien ha hecho noticia de lo indefensos que estaban los pacos esa noche? Con cascos de acrílico los mandaron a la calle, una idiotez, las balas los atraviesan sin ofrecer resistencia. Las imágenes de la violencia de esa noche (yo las vi por Mega) los mostraban con bastante cara de susto. El carabinero muerto, en particular (no quiero burlarme del tipo, pero si ser realista) era sin duda el más asustado, eso mostraba su cara. Estaba apartado del grupo, solo, y parapetado detrás de un bloque. Al parecer se había acobardado. No era para menos.

¿Y quien es responsable de todo lo que indico en mi parrafada desordenada?. Los bien pensantes le echan la culpa al poblador, como siempre. Pero los bien pensantes harían bien en mirarse al espejo.

Politica y Arte: Una relación con muchos ejemplos

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En estos tiempos, en que empuñar un arma es una idea poco popular, uno se pregunta ¿de qué manera lograr un mínimo de cambio político? Porque la situación es clara para el izquierdista promedio, que ve que “todo mejora”, pero para él no mejora. Por supuesto, el que vive esa experiencia no es un profesional joven que se instala a vivir en un pequeño departamento de provi o Ñuñoa. Por supuesto que no. Estamos hablando de lo que el eufemismo estadístico en boga ha venido a llamar “segmento C3, D y E”. Es decir, familias cuyo ingreso es menor a quinientas lucas. En algunos casos, bastante menor a eso. Entre ellos a veces surge la pregunta acerca del cambio político.

Ahora el deseo del cambio político fue una cosa un poco dormida en una época. Pero desde los pingüinos al Transantiago (que generó protestas espontáneas “del ordenado y cívico pueblo chileno”), pasando por el conflicto de Celco y los subcontratistas de Codelco, el chileno le ha perdido, un poco, el miedo a expresar colectivamente su opinión. El chileno, que duda cabe, se está volviendo “un ser político”. Hasta el momento, las estrategias de lucha han pasado por salir a la calle con mas o menos violencia. Pero ¿es la única estrategia posible?. Por suerte no es la única.

Evidentemente la otra forma es el arte, entendido el término en un sentido amplio. Para los historiógrafos vale la pena recordar el caso Dreyfus, una muestra de cómo un texto literario (el célebre “Yo Acuso” de Emile Zola) fue capaz de influir de manera positiva en la resolución de una causa judicial en la Francia de finales del siglo XIX. No es el único caso. Hay que recordar que un poeta, Miguel Hernández, fue fusilado por ideales anarquistas y, en rigor, mucha de la España intelectual murió en la guerra civil. Muy relevante, también, fue el papel de los artistas en todo el mundo durante la guerra de Vietnam. Los sesentas eran una época de mucha conciencia en el uso del arte como herramienta política.

Jean Paul Sartre creó el concepto de “Compromiso” entendido como una forma de ser del artista, en que éste no solo se dedica a la cómoda actividad de la pintura para la elite, sino que sale a la calle, entra constantemente a la arena política y utiliza el arte como arma de lucha. No me extrañaría que la idea le hubiese venido mientras arengaba en una barricada.

Chile, por su modesta parte, tiene algunos ejemplos notables. A los más obvios de La Brigada Ramona Parra o Neruda, se unen las novelas realistas de la generación del 38, las acciones del CADA, los documentalistas de finales de los 60 y 70 y prácticamente todo el cine de los 80. No hay que olvidar un importantísimo subgénero, que se convirtió en una tradición de mucho desarrollo en Chile como lo fue la caricatura política. Pero basta de listados enormes. Todos sabemos, desde Aristóteles, con su frase “El hombre es un animal político” que la cosa parece estar bastante definida. Así pues, en el Chile de hoy, conviene recordar la importante dimensión política del arte. Casi como parafraseando a los utilitaristas del siglo XIX, hay muchos padres preocupados por el futuro de sus hijos, que les prohíben el estudio de una carrera de arte porque la consideran inútil. Quizá no sea tan útil para ganar dinero (aunque Picasso y Dalí llegaron a estar dentro de los más ricos del mundo) pero ese es otro tema.

Lo anterior lo podemos unir al hecho de que nuestra actual sociedad tiene una importante predilección por la imagen y el sonido (sobretodo por la imagen) y por eso el momento actual señala que son las artes relacionadas con la imagen, las artes visuales, las que pueden lograr más éxito en una lucha política. Algunos atisbos se están produciendo y puedo dar el ejemplo de “Señal 3”, de la Población La Victoria. Cada vez se vuelve más importante y necesaria la generación de iniciativas como esa. Esto presupone, por supuesto, la utilización de la imagen en movimiento y el video como medio de soporte. Por suerte, la tecnología ayuda bastante. Antiguamente hacer un documental era una actividad carísima debido al equipamiento y al nivel de calificación que debían poseer los técnicos. No cualquiera podía salir a la calle a grabar o a “filmar” según la antigua terminología. “La bomba atómica en casa”, dicen los argentinos queriendo decir que cualquiera, con un PC y una cámara (no es impagable la inversión) puede hacer una película.

Esto que escribo aquí no es ningún descubrimiento, por supuesto. El libremercado se dio cuenta desde un principio que era necesario usar el arte como una forma de “promocionar” sus productos. Esa fue una primera etapa. Luego se pasó a usar el arte para “crear la necesidad de determinado producto”. Un importante subgénero, los comerciales de televisión, ha sido practicado por los grandes directores chilenos, como Caiozzi. Desde un punto de vista estatal o institucional también se le ha utilizado. El régimen de Stalin promovió un determinado tipo de arte, un “realismo socialista” que fuera la herramienta del partido, que educara “la conciencia del pueblo”. De esta forma se realizó una serie de películas, sinfonías, poemas, murales, etc que cantaban las glorias de la revolución, de Stalin y de Lenin. Por supuesto, apartarse de la estética proletaria aseguraba una temporada en Siberia. Hitler no podía estar al margen. Una de sus primera medidas al asumir como canciller el año 33 fue constituir el ministerio de propaganda, capitaneado por Goebbels. No es casual esa decisión de Hitler: lo suyo había sido la bohemia y la pintura, en Paris, antes de la primera guerra. Por ultimo, la maquinaria artística mas aceitada del mundo: el ministerio francés de cultura.

Este uso institucional del arte queda aún mas claro y evidente cuando pensamos en Hollywood. Muchas de las películas que han hecho los estudios yankees pueden leerse bajo una interpretación política. Y no se trata de únicamente de paranoias. Durante los años 50, en lo que se conoce como “la caza de brujas”, muchos directores y actores fueron sacados de la industria si existía alguna sospecha de izquierdismo. Mucho después Rambo, fue un intento muy calculado de convertir la derrota de Vietnam, en una victoria “moral”. Intento que dejó de prosperar con el estreno de “Pelotón”.

Entonces, lo que está faltando es que más gente tome conciencia de lo que tiene entre manos. Que se dejen de payasadas chill-out (que para un rato de evasión están rebuenas) y le hagan a algo que importe, le hagan a algo que pueda cambiar el mundo.

Post Scriptum (PS)

¿El expresionismo abstracto como una forma de hacer arte sin meter en ella a la política? Es posible, pues en el caso de Jackson Pollock lo importante era el tipo de belleza que estaba buscando; y la belleza encontrada por él, en la cual invirtió diez años de su vida, es una belleza que puede ser usada como herramienta política o como decoración de cocina. Uno elige. O lo hace la industria cultural. Este es un detalle importante: el artista visual como un tipo que con mayor regularidad separa el “arte por el arte” de la “utilización política de ese arte”. Es difícil imaginar que un novelista, por ejemplo, un artista de la palabra mas que de la imagen, escriba un libro que sea puro “hecho estético” y carente completamente de un mensaje con influencia política. Si uno da el ejemplo del best seller, no se llega muy lejos, porque el best seller (Rambo, El Padrino, Aeropuerto, James Bond, Forest Gump, etc etc) entrega necesariamente una visión de mundo, una ideología, y bastande fácil de detectar. El best seller, ya se sabe, tiene por objetivo la venta rápida y masiva: escriba para el público general, sin caer en trasgresiones, le dicen en la editorial. En el arte visual en cambio es mas fácil pensar en la “pura estetica” en la “pura abstracción” que no tenga ninguna implicancia social mas que juntar a un grupo de humanos de elite (que, por supuesto, no se hablan demasiado entre ellos) en un salón muy grande y claro que llamamos “museo”.

Brazil, una antiutopía

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Muchas cosas se han dicho acerca de la película Brazil. Entre ellas, la más recurrida, es aquella que dice “se trata de una película que retrata la alienación del mundo moderno”. Es curioso observar, sin embargo, que no se trata de una película sobre el futuro, tal vez ni siquiera sobre el presente. Por supuesto, la película es mucho más de lo que el análisis revisteril ha querido mostrar.

Partamos por lo básico. Brazil cuenta la historia de una ciudad, y de un hombre dentro de ella, que viven la burocracia al punto que esta lo domina todo, incluido el terreno de los afectos. El sistema se hace funcionar de manera “perfecta” a base de miles de funcionarios ordenados y eficientes que jamás cometen errores. Al menos eso es lo que pregonan los líderes. El protagonista es otro funcionario más, un tipo existencialista, que se cuestiona su entorno y, mas aún, cae constantemente en el vicio de la ensoñación, lo que lo lleva a vivir una especie de doble vida. Es un hombre con deseos de rebelarse y diariamente lleva a cabo algunos pequeños e inocentes sabotajes. Hasta que termina convirtiéndose en un auténtico rebelde. Y eso le lleva a un destino inevitable, del tipo que corresponde a esa clase de marginales.

Como ya lo adelantaba, no se trata de una película que hable del presente, no para mi gusto. De todas formas es un futuro que pudo “haber sido” de continuar las condiciones imperantes en el ámbito estatal hasta finales de los 70. Pudiese ser que relate de manera eficaz la realidad del Uruguay de los 60, ese que aparece retratado en novelas como “La Tregua” de Benedetti o “Un pequeño Café” de Marco Denevi. Del Uruguay de esos años, se decía que era “toda una enorme oficina”, a tal extremo lo había consumido la burocracia. Prácticamente todos en Montevideo trabajaban para el Estado, en alguna de las infinitas reparticiones públicas que le componían. Estamos hablando de una época en que no existían computadoras, lo que significa que no era posible acumular información en formato electrónico hasta un limite casi infinito, como es la situación actual. Tampoco existía la capacidad de procesamiento electrónico rápido. En definitiva, la solución fue convertir al estado en una “máquina de procesar” donde cada elemento hacía tareas únicas y diferenciadas. Una especie de “Fordismo” aplicado a las organizaciones. La película “Brazil” muestra una realidad burocrática llevada al extremo. Salvo que hay un nivel de desarrollo tecnológico un poco mayor. Básicamente se mantienen las mismas soluciones tecnológicas de los 60: las computadoras son máquinas de escribir, las pantallas son las utilizadas en los antiguos “microfilm” (aún se pueden ver algunos en el poder judicial chileno), los automóviles del empleado promedio son “huevitos”, el papel y el archivador son los elementos fundamentales, el correo es “neumático”, etc etc. La película está llena de pequeños detalles tecnológicos semejantes.

En Brazil todos trabajan para el estado y el que no lo hace se muere de hambre o se hace rebelde, lo que significa que empezarán a buscarte. De esta forma, el estado se ha metido en todo, lo que hace de esta película un buen ejemplo de obra “Antiutópica” como Fahrenheit 451, 1984, Matrix o Un mundo feliz. En todas ellas se imagina un mundo, en los que un cierto “sistema”, totalmente lejos del control de los ciudadanos, rige y ordena el mundo. El apelativo “anti” viene del hecho que, para el espectador, dichas invenciones son poco deseables. Se plantean moralmente como advertencias, respecto de elementos especialmente totalizadores dentro de la sociedad presente. Por ejemplo, 1984 las emprende contra la televisión y Un mundo feliz, contra las drogas “socialmente establecidas”. Para el caso de Brazil, es absurdo pensar que ese mundo pudiese existir alguna vez: ya estamos demasiado acostumbrados a no ser funcionarios de maquinarias estatales y a un cierto tipo de paradójica “libertad” dado por la instantaneidad del mail, del celular y las noticias al instante. A una sociedad como la nuestra le acecha mucho más un futuro como el mostrado por Matrix, y eso la hace más inquietante que Brazil.

De todas formas, Brazil es una película compleja y llena de metáforas, por el hecho de hablarnos, además, de la evasión. La forma en que el personaje escapa a la totalización y al sistema, es mediante sueños. Sueños que pronto van mezclándose con la realidad, a medida que el avance de los hechos convierte al protagonista en un marginal. El formato de esos sueños contiene muchos de los paradigmas del héroe: la heroína pura y bella, el rapto de la heroína, el horrible monstruo muchísimo más grande que el héroe (resabios del David contra Golliat), la gran batalla del héroe contra el monstruo, el triunfo final gracias a la osadía y la astucia. Pero el protagonista no es un héroe épico. Es un héroe tragicómico y es posible establecer paralelos indudables con otro de los grandes héroes tragicómicos de todos los tiempos: el mismísimo Quijote. Para muestra un botón: la delicada dama de los ensueños del protagonista es, en la realidad, una mujer ruda y vulgar, una auténtica Aldonza Lorenzo de la era burocrática.

A mi gusto Brazil es una película totalmente superada en términos políticos, sin embargo, su estética, su descripción fidedigna de una época, su forma de abordar el eterno tema del héroe, sus guiños al Quijote, su guión establecido 100% sobre la ironía, la convierten en un clásico.

Algunas notas acerca de la imagen

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La imagen se halla en todas partes. Adonde vayamos dentro de la ciudad hay imágenes que abarcan muchos ámbitos. La diversa iconografía, desde tiempos inmemoriales, agrega otro elemento: esa multiplicidad de imágenes no solo tiene un sentido estético. Quizá en algún primigenio principio pudo existir un puro y abstracto afán estético, pero con el tiempo las imágenes van adquiriendo un determinado significado. Es decir, las imágenes pueden leerse, como si fuesen símbolos puesto que aluden a otros sentidos. Los antiguos cántaros fenicios que transportaban agua en sus barcos, llevaban un par de líneas onduladas. Esos tiempos primigenios han quedado atrás. Ya no son unas pocas imágenes, ahora son miles quizá millones. La conclusión primaria es: las imágenes tienen contenido simbólico. Y la siguiente conclusión es que la cantidad de contenido simbólico actualmente disponible y “traducible”, es decir, que posea algún significado para el observador, es de una enormidad pasmosa. Un ejemplo corriente es el ícono, una imagen simple y breve con un mensaje unívoco. Las ciudades están pobladas de íconos, los aparatos electrónicos que usamos están pobladas de iconos, etc.

Ahora bien, mi opinión personal es que el pensamiento puede ser comunicado mediante cualquier elemento que posea contenido simbólico. Y continuando con mis opiniones personales: la mente humana, la mente en el sentido que la entiende Maturana (o Varela, para ser más precisos), se refleja en el mundo mediante simbolismos de cualquier tipo, en particular con el simbolismo de la imagen. Es curioso, en ese sentido, observar que el intelectual promedio (me incluyo entre los intelectuales promedio) se preocupa por “el chileno que no lee y que, por ende, no piensa”. Pero emite juicios con contenido simbólico. Eso es inevitable. Y es capaz de comprender los comerciales de la tele, lo que a mi juicio no es una cosa necesariamente fácil. Hay que reconocer que influye mucho el talento del publicista que fue capaz de combinar ingeniosamente imagen con sonido y con palabras (tanto escritas como habladas) para lograr un conjunto que el chileno promedio comprenda. Un ejemplo: una marca de sal de fruta, DISFRUTA, una marca de aparición reciente, trata de entrar al mercado. Y como estrategia de entrada engaña al espectador, haciéndole creer que es una marca muy antigua y muy tradicional. Lo logra grabando unos comerciales idénticos a los que se hacían en los albores de la televisión chilena. El telespectador entiende la broma, cae en el juego, porque “interpreta” correctamente lo que se le está diciendo. Quiere decir que en la mente del telespectador hay una capacidad para discernir los distintos estadios de desarrollo que ha tenido la televisión. Ese comercial terminaba sincerando el mensaje y finaliza diciendo “parece que lleváramos muchos años tomándola”.

Otro ejemplo es aquel comercial de Firestone, donde un indio trataba de cruzar una carretera apoyando la oreja en el asfalto. ¿Por qué nos causaba gracia el acto del indio?. Porque desde las películas de vaqueros sabíamos que los indios hacían eso, pero en la línea del tren. Ahora bien, hay que notar que la vestimenta (la imagen que el comercial nos da de la vestimenta) nos permite rápidamente saber que estamos ante un indio. Y todos lo comprendían, aunque es claro que nadie ha visto jamás un indio comanche.

Esto refleja que el chileno posee en su cabeza un registro importante de imágenes. Y refleja que nuestra cultura va, cada vez más, hacia la imagen. Y creo que ya es un lugar común decir que buscamos imágenes como forma de evasión y placer. Pero ¿hay un nivel de “crítica simbólica” en el chileno promedio? Con esto me refiero a sí, acaso, es capaz de leer más allá de lo evidente. Hay crítica simbólica que ha dado frutos notables. Puedo citar ahora, a la rápida a Humberto Eco, con unos estupendos ensayos acerca del “significado oculto de las historietas”, a Armand Mattelart con su libro que interpreta significados ocultos acerca del Pato Donald y a Ignacio Ramonet, que nos cuenta qué hay detrás de las películas de vaqueros y de guerra. Por supuesto, ellos descubren mucho mensaje político asociado. Por lo tanto, es claro que un ojo crítico bien entrenado frente a los símbolos previene contra cierta propaganda nociva que nos viene desde el primer mundo, o del mundo que sea.

Hacer crítica simbólica requiere manejo de la historia del símbolo. Saber que ciertas imágenes antiguamente poseían otro significado o que, en otras culturas, determinadas imágenes adquieren connotaciones inesperadas. ¿Posee manejo histórico de los símbolos el chileno promedio? A mi juicio si, porque hace bastante tiempo que el chileno vive en el mundo de la imagen y, por lo tanto, conoce su evolución y puede llevar a cabo la correcta comprensión de un comercial como los indicados antes. Por supuesto, esta pequeña “columna” no pretende agotar el tema: se trata de un ámbito extremadamente extenso. De todas formas, parece que el chileno “piensa” bastante más de lo que los intelectualillos creemos. Pero mi optimismo es mesurado: Croce decía “si no hay expresión no hay pensamiento”. Por suerte está youtube para expresarse sin límites.

La trasgresión como sustento de la vanguardia

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Ocurren cosas muy extrañas en el mundillo del arte. Por ejemplo, que obras realizadas con, a veces, escaso esfuerzo lleguen a costar mucho más que los insumos y el trabajo productivo del creador. ¿Qué es lo que está pagando el coleccionista al comprar a precios fabulosos?

Recientemente se publicó en Argentina una investigación que señala que el grupo de los compradores se constituye de especuladores y gente que ama el arte. El especulador es un negociante cualquiera buscando comprar barato y vender caro. Y es un hecho asombroso que existan especuladores asociados al mundo del arte, porque ¿porqué tendría que costar caro, por decir algo, un tiburón en formaldehído, refiriéndome a una de las obras más famosas de Damien Hirst? ¿Qué está pagando el coleccionista ruso que paga millones por una de estas construcciones? Se dice que uno de los fundamentos del arte, por lo menos uno del tipo de Hirst, es la trasgresión, entonces ¿el magnate ruso paga por tener un espacio trasgresor en su mansión? Es extrañísimo. Por otro lado, implicaría que solo connotados magnates tienen acceso a la trasgresión, el común de los mortales debe conformarse con ver la foto, “si es que”. La conclusión es sorprendente, porque nos lleva de inmediato a lo que podría calificarse como “la aristocracia de la trasgresión”: solo unos pocos elegidos (y muy millonarios) tienen acceso. Es decir, la elite del arte, y todo su proceso “productivo” convertido en una metáfora del libremercado.

Uno podría empezar a divagar acerca de la trasgresión. ¿Toda trasgresión es arte? Una de las obras de Damien Hirst consiste en una vaca ahorcada con las vísceras expuestas. Demasiado brutal, en el límite del mal gusto. Pero a un magnate ruso, un sujeto sin duda brutal, una cosa como esa le encanta y la expone en su living. De inmediato, uno puede ver, desde otra óptica, el proceso como enfermo: el artista es un enfermo y el comprador también. Ambos participan de un cierto trastorno de personalidad. Pero es un lujo que pueden darse por el hecho de tener dinero. Entonces, uno se pregunta ¿tan valiosa es la trasgresión? ¿siempre lo ha sido o es una cosa de nuestra época solamente? Recordemos que los circos romanos, y todos los gustos romanos, incluían actividades chocantes a la mente del hombre actual. Todo era orgía de violencia y sexo. Y curiosamente, no era trasgresión, porque era la habitualidad. Trasgresor era ser cristiano: un tipo con moral de fierro y con algo de estoicismo, capaz de arrojarse a los leones y ser material para la brutalidad.
Una de las características que podemos achacar al comprador de Europa del Este es que se trata de un gran conocedor de la censura. Estuvo censurado durante una época. No podía disfrutar de cualquier manifestación artística. Solo aquellas permitidas por el partido. Y ahora que tiene toda la libertad del mundo, dada no solo por el sistema político, sino también por el mercado, resulta que se pone a comprar obrar que calan más y más hondo en la mentada “trasgresión”. Un marxista convencido calificaría a damien hirst un “artista burgués”. Pero es más que eso.

La trasgresión depende de cada cultura. No es lo mismo la trasgresión en el islam que la trasgresión en Sudamérica. Ni tampoco es lo mismo la trasgresión en cada uno de los países sudamericanos, ni siquiera es lo mismo la trasgresión en las diferentes capas de la sociedad de cada país. A veces la trasgresión cambia dependiendo del barrio. Por ejemplo, sacar una foto en 10 de julio es muy trasgresor. De inmediato aparecen los deshuesadores (todos con algo que ocultar) a quitarle la cámara a “uno” o mínimo a expulsarle a “uno”. No vaya a ser “uno” un policía encubierto. Otro caso: hablar ciertos temas en los círculos cercanos a Sanhattan es muy trasgresor. Por eso, la búsqueda, y la exposición, de los temas que pueden calificarse de trasgresores en determinada sociedad, o capas de ella, es una investigación sociológica en alguna medida y que permite la radiografía de la sociedad. Hay trasgresiones muy extremas y determinadas sociedades pueden quedar en estado de trauma al momento de exponerlas. Las trasgresiones que tienen que ver con animales son mal vistas en sociedades urbanas, en las que el contacto con la animalidad se reduce a la compra en el supermercado. Sin embargo, mostrar una vaca ahorcada con las vísceras al aire puede no ser más que la cotidianeidad en un matadero. Por lo tanto cabe la pregunta ¿existe la universalidad de la trasgresión? Yo creo que sí. Es decir, hay montones de cosas que los artistas podrían incorporar y que, de seguro, serían trasgresoras aquí y en la quebrada del ají. Pero ¿qué sentido tiene? Son un poco autodestructivos esos ejercicios. Sin duda que los atentados contra la vida son extremadamente trasgresores. Matar humanos en masa puede ser muy trasgresor.

Pero al final de cuentas, la trasgresión no es el único elemento que el arte debe buscar. En otros artistas es la perfección técnica o la sensación. La trasgresión debe ir acompañada de algo más para poder validarse. Por lo menos de un mensaje. ¿Un mensaje de qué? ¿Quién erige al artista en un ente válido para emitir mensajes a la sociedad? En un principio, él mismo. Si tiene algo de influencia, ya sea por el dinero o por el apellido, lo erige la familia. Las familias de abolengo son muy buenas para erigir a sus retoños en baluartes de “algo”. No es como cuando Edwards Bello sufría el destierro por culpa de la literatura. No. Ahora las familias de abolengo encuentran que es “de lo más que hay” tener un retoño rebelde. Es como tener un fundo, una casa en la playa, un hijo que se ocupe de los negocios, etc. Son cosas que todo clan que se precie debe tener. Es necesario que exista “su” trasgresor dando vueltas por ahí. Y lo alimentan con todo aquello que un trasgresor debe tener: arte de avanzada, paseos por el MOMA, asistencia a las escuelas de arte del primer mundo, una temporada en el tallercito de warhol o que se yo, estupideces semejantes. Concluyo: para un rico es muy fácil ser trasgresor.¿Qué ocurriría si, de pronto, todos se transformaran en trasgresores? Yo predigo que quedaría “la pura cagada”, a no ser que se definan de manera muy clara y regulada cuáles son los marcos en que la trasgresión es posible: museos, etc. Pero eso ya señala un límite, de tal forma que la trasgresión puede desear traspasarlo como parte de su propia metodología.

Esa palabra es clave. Para la construcción teórica de la trasgresión, es necesario definir de inmediato su “antagonista”: el límite. ¿cuáles son los límites? ¿dónde están? ¿quién los define? El arte trasgresor de hoy en día perfectamente puede ser un arte pauteado por la elite. Un arte que pone los temas que la elite quiere que se pongan. No temas necesarios, no temas que el público quiere ver. En el arte callejero, por ejemplo, la trasgresión es el muro. El acto de pintar es trasgresor, porque es la prohibición. El contenido, en tanto, puede perfectamente tener carta de ciudadanía. Muchas veces es así. De esta forma, la trasgresión tiende a desaparecer. El guardia municipal dice “déjalo no más, está bonito el mono”.

De esta forma, volviendo al principio, el fenómeno es notable: el acceso al arte de vanguardia mediante este filtro dado por el precio de las obras estaría causando lo que antiguamente causaba la censura. Solo una pequeña porción de la sociedad, una elite, estaría accediendo a estas obras. Si el coleccionista no tiene interés en presentar la obra al público, pues simplemente no la muestra. No me extrañaría la existencia de un grupo de millonarios preocupados de las buenas costumbres que, simplemente, compran este arte con el objetivo de borrarlo del público. Las perspectivas de un sistema como este se vuelven siniestras. Se puede, perfectamente, tirar al alza determinadas obras indeseables con el objetivo que no caigan en manos equivocadas. Tal como en la película “ojos bien cerrados” en la que se establece el derecho a la orgía solo para una pequeña y refinada elite, el derecho al arte de vanguardia se vuelve derecho para unos pocos. Y todo eso con la venia, la aceptación y la colaboración de los propios artistas. El beneficio que obtienen es demasiado grande para resistirse. No se trata solo de una cuestión de precio. Es el sistema artístico completo el que se haya orientado a una cierta jerarquización. El ascenso a la cumbre del arte es un camino pedregoso e implica, de inmediato, el contacto con las elite, los poderes fácticos, los millonarios, el exclusivo club de Forbes. En Chile, los poderes fácticos del arte están manejados por los mismos apellidos que controlan el resto de la sociedad. Son los mismos círculos de poder. Y el artista promedio no hace más que intentar llegar a esa elite convirtiéndose en un arribista para poder surgir, modificando su lenguaje, su vestimenta, etc. Pero en Chile nada es fácil para el artista promedio. El apellido pesa infinitamente más que las acciones arribistas.