Fotografías

Ricardo Chamorro

Cielos

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Por: Ricardo Chamorro

Demostración casi tangible de que mirar hacia arriba trae beneficios. Incluso con una cámara compacta y mediocre se pueden obtener resultados. Aunque con los puros ojos debería bastar.

El extraño mundo de los sitios eriazos

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Por: Ricardo Chamorro

Observar un sitio eriazo es siempre un ejercicio sorprendente. También deprimente: de inmediato se piensa en los hacinamientos del mundo. Hay una sensación de desperdicio, tan inmoral como botar la comida. Siendo así ¿por qué existen? ¿Por qué no son aprovechados, manteniéndose años, casi con el único objetivo de acumular desechos?. Porque los sitios eriazos son, regularmente, vertederos ilegales. Están los letreros de “no botar basura”, pero son completamente inútiles. Muchos han tratado de visibilizar el problema. De partida, los artistas. Voluspa Jarpa les dedicó varias pinturas, Juan Castillo ha realizado intervenciones en ellos y qué decir de los miles de muralistas y grafiteros. Notar que el sitio eriazo “depresivo” es de la zona central del país. El motivo es obvio: a los terrenos abandonados de Temuco o Valdivia les sobra vegetación. Yendo al norte, a Copiapó o Antofagasta, vemos extensiones enormes de tierra desierta (son el desierto) y así, nuevamente, desaparece lo depresivo de los eriazos centralinos.

Estos espacios poseen diversos orígenes. Por un lado aquellos que nunca fueron ocupados y están a la espera de una inversión. “En engorda” según la expresión de los especialistas. Por lo anterior sus dueños no les dan un uso productivo. Un ejemplo son los enormes paños que existían en La Florida antes de la construcción del Mall Plaza Vespucio. Esos paños eran legendarios para sus habitantes. Cruzarlos era una auténtica aventura iniciática. ¿Cuál habrá sido su tamaño? ¿50 hectáreas? Quizá más. Para comparar, el parque O’Higgins tiene casi 80. Y dentro podía hallarse toda clase de fauna. Ahora, con el mall, parece que todo hubiera cambiado radicalmente pero hay algo que se mantiene: su enorme extensión. Para quien accede a pie, el recorrido puede ser un suplicio. En la noche, cuando ya no hay nadie, vuelven los fantasmas de su época anterior.

Por otro lado están los terrenos que alguna vez tuvieron un uso, pero la demolición o el abandono les pasó la cuenta. También esperan interesados. Ejemplos así abundan principalmente en el casco antiguo de Santiago, en industrias quebradas de Estación Central o Quinta Normal, en cités demolidos luego de algún terremoto, en casonas en litigio entre múltiples hermanos sin que ninguno pueda vender, etc.

Hay otro mecanismo para crear estos terrenos vacantes o subutilizados: los llamados “espacios intersticiales”. Se producen con el desarrollo de las autopistas u otras obras de gran magnitud. Los nudos viales, por ejemplo, son grandes creadores de espacios vacíos, no siempre incluidos en las exigencias que el Estado les hace a las constructoras. Pero la culpa no es solo del Estado o las constructoras. También de los usuarios. En un trabajo de Claudia Ponce sobre los nudos viales señala “La rapidez que otorgan al automovilista las nuevas vías concesionadas ha acortado las distancias, pero a su vez ha insensibilizado los lugares que van quedando a su paso, transformando el espacio público en un cúmulo de espacios despoblados”. Es decir, el automóvil es un efectivo mecanismo para promover la ceguera social.

Otros orígenes son los parques de diversiones abandonados (Mundo mágico), los vertederos abandonados y sin tratar (La Cañamera, en Puente Alto) y las propiedades catalogadas ilegalmente como Sitio Eriazo con el objeto de pagar menos impuestos, truco que se ve con alguna regularidad en Vitacura o La Dehesa.

LAS CIFRAS Y LOS EXPERTOS

Un informe elaborado por la Universidad Católica identificó 4.323 sitios eriazos en toda la capital, con una superficie de 6.500 hectáreas. Como puede apreciarse, es un espacio aproximado equivalente a 6.500 canchas de Futbol o 90 veces el Parque O’Higgins. Esto corresponde a un 11% de lo contenido en el plano regulador de Santiago. Felipe Morandé (Ex-ministro de transportes de Piñera, con una corta vida en el cargo) señaló en un artículo de El Mercurio que 11% es un número muy menor, sobre todo comparado al de otras ciudades, como Nueva York o Rio de Janeiro. Ese es un argumento falaz: mal de muchos consuelo de tontos. Agrega otra afirmación sorprendente: tener sitios eriazos en las ciudades es sano. Para Morandé los privados tienen todo el derecho de practicar la “engorda” especulativa.

Nuevamente, estamos hablando de analistas de café, aquellos que nunca han tenido que bregar contra sitios eriazos junto a colegios o junto al patio de la casa. Debo aclarar que en este artículo hablo de auténticos sitios eriazos, no de aquella figura evasora de las comunas pudientes. De todas formas, hay varios datos útiles en el análisis que hace Morandé. Por ejemplo, que el 46% del área de los sitios abandonados en Santiago están afectos a expropiación. Eso significa que, con los recursos adecuados, el Estado podría reducir a la mitad el número de sitios eriazos y de partida mejorar la rentabilidad social.

En la línea de las definiciones debe indicarse es que los sitios eriazos deben ser cerrados según la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción (Articulo 2.5.1). Un punto increíble es que la condición de sitio eriazo muchas veces se confunde con la condición de área verde. La misma Ordenanza (más conocida por la sigla de OGUC) establece que las áreas verdes son “espacios urbanos predominantemente ocupados (o destinados a serlo), con árboles, arbustos o plantas y que permitan el esparcimiento y la recreación de personas en ellos”. Ante la vaguedad de la definición, cuando un ciudadano preocupado se conmueve con la desolación de un terreno baldío, capaz que esté equivocado y al frente tenga un “área verde”.

ALTERNATIVAS DE USO

Ante la misma sensación de espacio perdido los movimientos de pobladores han optado, en diversas épocas, por “hacer justicia por sus propias manos”, tomándose los terrenos en desuso. Al hacerlo obligaban a los gobiernos de turno a comprar el terreno y luego a urbanizar. Muchos sectores de Santiago surgieron con ese mecanismo. Una de los últimos casos fue la “toma” de Peñalolen. Ocurrió en los terrenos del dirigente del fútbol Miguel Nassur, quien extrañamente apoyaba el movimiento. Así se aseguraba un suculento negocio con su venta al estado. Hay que decir que, además de pobladores organizados, siempre han existido seres solitarios (“en situación de calle”) que instalan precarias construcciones sin que les interese mayormente presionar por su formalización. Su lógica es simple: cuando el terreno empiece a ser usado, buscarán otro resquicio de la ciudad.

A muchos eriazos se les aprovecha como estacionamientos, sin duda un uso provisorio. Ya se sabe lo urgente que es la necesidad de estacionar y últimamente se ha vuelto apremiante incluso en regiones. Pero las municipalidades no siempre están de acuerdo. Concepción, Osorno o Valdivia tienen normas que los limitan. Increíblemente, otro uso es la cría de animales. Una circular de la subsecretaria de salud (año 2013) señala que en las ciudades de Chile, los cerdos adquieren la triquinosis porque deben alimentarse de ratas, las que cazan en sitios eriazos. Extraña realidad. Pero mucho más corriente es ver caballos, perros o gallinas.

Últimamente ha surgido la alternativa de los huertos urbanos. Sin embargo, lo anterior tiene una dificultad. La OGUC establece exigencias de “transparencia” a los cierros de terrenos abandonados, de tal forma que pueda realizarse un control visual del interior. Eso implica que la normativa actual impide la colocación de vegetación. Así de simple. Sin embargo esta exigencia de transparencia no siempre se cumple, y su fiscalización no parece muy acuciosa.

Hace algunos meses, la Alcaldesa de Santiago Carolina Toha propuso la instalación de Plazas Transitorias en 10 de los 171 sitios eriazos caracterizados en la comuna. La Plaza Transitoria es un concepto gringo para intervenir espacios públicos. Lo hizo famoso el Alcalde Bloomberg de Nueva York. Todo iba camino al éxito, pero un problema (inesperado para la alcaldesa, pero esperable para el resto) truncó la iniciativa: los propietarios se negaron a ceder los terrenos. La misma actitud que uno lee en el Gigante Egoísta, salvo que en este caso los dueños no están prohibiendo la entrada a un jardín.

PROPUESTAS

El suelo en Santiago es un bien escaso. Y la necesidad de ese bien es grande. Los requerimientos principales son las áreas verdes (que no están ni siquiera cerca de las recomendadas por la OMS: 9 m2 por habitante versus 0.4 en las comunas más pobres) y el requerimiento de vivienda para los segmentos mas vulnerables. Lamentablemente, ambas necesidades chocan entre si dada la escasez de suelo. Una opción es hacer crecer indiscriminadamente la ciudad, solución que ya ha fracasado en el pasado: ese crecimiento genera ghettos cada vez más alejados de los servicios, lo que duplica o triplica la miseria. Otra opción es hacer crecer la ciudad “hacia arriba” lo que permite aumentar la densidad. Una tercera vía es generar empleo en regiones para que se incentive la migración. Por esta opción hemos esperado ya 80 años, por lo menos. La segunda opción (aumento de altura en edificaciones) aparece como más factible. Pero es imperativo que cualquier iniciativa en esa dirección vaya acompañada de la obligación de proveer servicios. La generación de áreas verdes es uno de ellos.

La reforma tributaria incluye una partida de impuesto a la plusvalía para disminuir los sitios eriazos. Pero no debería ser lo único. Porque hay algo que los ciudadanos no estamos teniendo: información. Según los propietarios, la especulación es un derecho. Pero el ciudadano tiene “derecho a saber”. Propongo la divulgación de todos los dueños de terrenos sin uso en Chile, y que se indiquen con claridad los motivos del abandono. Si a las empresas se les exige informar a la SVS los movimientos financieros para evitar las asimetrías de información (hecho esencial, se llama en la jerga) el dueño de terreno debería tener la misma obligación. Así el vecino común puede ayudar a poner límite al tiempo de engorda. Hay que señalar que ni siquiera el estado cuenta con información detallada de los eriazos del país y las cifras macro, como siempre, dejan fuera casi toda la realidad.

Maiquillahue

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Por: Ricardo Chamorro

El punto exacto en que CELCO quiere instalar su nuevo ducto se llama Maiquillahue. Acá una muestra del lugar. Juzguen ustedes mismos. ¿Estaremos haciendo las cosas bien? ¿no será que estamos pecando de soberbios? ¿No será que nuestra humanidad nos traiciona?

Mehuín

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Por: Ricardo Chamorro

Una zona costera de la región de los ríos, llamada Mehuín. Territorio de mapuches lafkenches. Allí donde se mire es una postal. El fotógrafo está demás.

El alcohol y los chilenos

Por : Ricardo Chamorro

 

Una de las certezas del imaginario colectivo es que en Chile se bebe muchísimo y que nuestro alcoholismo es de nivel mundial. Varios personajes del país han tenido problemas con el alcohol. Sin entrar en detalles: cantantes, actores, políticos, futbolistas, tenistas, empresarios, escritores. Sobre todo escritores. Y hombres de vida común. El clima, propicio, nos convierte en buenos fabricantes. Nuestros humoristas tienen al ebrio como fuente inagotable de chascarros.

            En relación quizá lógica con lo anterior, la religión oficial incluye varias referencias. Desde Noe, el vino ha sido importante para el cristianismo al punto que su principal ritual (la eucaristía) se basa en la consagración del vino. La conexión va más allá: los propios sacerdotes tuvieron activa participación, en términos históricos, con el desarrollo de la industria. Un ejemplo son los aguardientes. Habría sido el jesuita Miguel de Agusti, a finales del siglo XVI, quien los fabricó por primera vez, usando hollejos de uva. El invento se propagó por el mundo y en particular a América. Ya se sabe el estrago que causó en la población aborigen. En Chile, los jesuitas también tuvieron protagonismo. “Fueron los principales productores de vino en el inicio de la conquista”, señala el profesor José de Pozo de la Universidad de Quebec.

De todas formas, los pueblos precolombinos también tenían bebidas alcohólicas, todas fermentadas. Se fermentaba principalmente maíz, pero también ágave y yuca, inclusive quinoa. Nuestra actual chicha (de uva o manzana) es de origen mestizo. La chicha auténtica es la que se hace del maíz y la etimología de la palabra es probablemente maya, según los entendidos. En general, las bebidas alcohólicas eran consumidas en rituales religiosos, pero algunas comunidades, como los Muisca de Colombia, realizaban un consumo más regular y la preferían al agua. Villalobos afirmó hace poco que el hombre mapuche vivía entregado a la bebida. Se le fue un dato: el muday mapuche es de muy baja graduación (se habla de 2º y 3º) y alto poder nutritivo, sobre todo combinada con harina tostada, en el brebaje llamado Kupilka. Lo anterior lo señala la investigadora Oriana Pardo, quien actualmente reside en Italia, en un excelente paper titulado “Las chichas en el Chile precolombino”. Ella también señala que su constante ingestión tuvo una consecuencia inesperada que sorprendió mucho a los españoles, al punto de registrarlo: la ausencia de cálculos renales en la población aborigen. Entre los ibéricos ese mal era una autentica epidemia. Varios cronistas terminan recomendando el uso regular de la bebida aborigen como medicina.

LA EVOLUCIÓN DEL CONSUMO

La última cifra de consumo mundial indicaba que los hombres en Chile beben 13,9 litros de alcohol puro al año por persona. Las mujeres beben menos: 5,5 litros de alcohol puro. La ingesta es superior en otros lugares, como Rusia o Europa del este en general. A primera vista las cifras aparecen exorbitantes. Pero fue mayor en el pasado.

En los primeros estudios cuantitativos, que son de la década del 60, se deja a Chile de ejemplo mundial. La Organización Panamericana de la Salud llevó a cabo un análisis de la mortalidad en 10 ciudades de América Latina más Bristol, Inglaterra, y San Francisco, USA. En cada una de estas poblaciones se empleó un procedimiento de muestreo sistemático para seleccionar 2 000 fallecimientos de todos los ocurridos entre personas de 15 a 74 años de edad. Se concluye que la ciudad de Santiago tenía el porcentaje más alto de muertes asociadas al alcohol, seguido por México DF. Entre ambos constituían el 50% de las muertes. Otro estudio, del año 67, señala que el 36% de los ingresos a hospitales psiquiátricos eran por esa causa, el porcentaje más alto de Latinoamérica. Ese mismo estudio señala que en el 70% de los accidentes de tránsito estaba presente el alcohol, nuevamente el más alto de Latinoamérica. Igualmente, el 42% de los chilenos declaraba que se emborrachaba, a lo menos, una vez a la semana.

El rastreo de los orígenes del problema nos lleva necesariamente al siglo XIX. En los albores de la independencia no hay demasiado consenso entre los especialistas respecto del nivel de consumo. Algunos como Claudio Gay y Guillermo C. Blest, señalan incluso que éramos un pueblo relativamente sobrio, salvo para ocasiones especiales. Pero hacia 1850 ocurre un hecho que los especialistas consideran una pequeña revolución: la llegada de las cepas francesas, lo que traía aparejado su respectivo enólogo francés. Curiosamente quienes propiciaron el cambio eran empresarios de la minería: Cousiño, Subercaseux, Errázuriz y Fernández Concha. Junto con ello ocurre otra “revolución”: la guerra “de pacificación de la Araucanía”, que generó la primera gran migración campo ciudad. Para Santiago fue el inicio de un periodo oscuro: aumentaron los habitantes en los márgenes, con multitudes establecidas sin ningún tipo de servicio básico que les sustentara. Muchos hicieron su agosto. Entre ellos estuvieron los productores de bebidas alcohólicas. El alcoholismo hizo presa fácil entre una masa que casi no tenía oportunidades laborales en Santiago. Años después, una parte emigró nuevamente, a las salitreras o a la fiebre del oro en California.

El diagnóstico de los autores coincide: el consumo fue creciendo de manera constante, disparándose luego de la guerra del pacífico. A finales del siglo XIX diversos documentos hacen referencia al San Lunes, una institución nacional que provocaba ausentismos laborales del 60% para el primer día de la semana. En ese ambiente, el escritor y caricaturista Juan Rafael Allende, uno de los fundadores del Partido Demócrata, inició una cruzada personal contra el alcohol denunciando que “por cada carro de pan hay 10 de vino”. Agrega el dato de que en Santiago había 50 panaderías y 300 bodegas de vino. A esto último hay que agregar dos mil puestos de licores, chichas y cervezas. Uno de sus blancos preferidos fueron los clérigos. Dice “Ahí están los Capuchinos y los dominicos (…) los santos religiosos venden miles de arrobas de chichas, vinos y aguardientes de todos los grados”. Recabarren también fue un importante activista anti-alcohol y en muchos discursos expone la dramática situación del pueblo. En un artículo de 1909 señala “Las marcas de Vinos: Cruchaga, Tocornal, Errázurriz, Subercaseaux, Concha y Toro, Sanfuentes, etc., que venden vinos finos y ordinarios ¿no representan acaso los nombres de nuestros gobernantes y legisladores? Si no hubieran borrachos ¿a costa de quiénes mantendrían sus fortunas, su posición y sus puestos en el gobierno, en el congreso y en los municipios?”.

Otro punto que ataca Recabarren es la primera ley de alcoholes, promulgada en 1902. Esa ley tiene una historia curiosa, imposible de resumir aquí. De partida, su discusión llevó 17 años. Como novedad incluía un impuesto, no para moderar el consumo, sino para “hacer participar al estado y a los municipios del negocio”, según indica la prensa de la época. Con ello se creó el Servicio de Impuestos Internos cuyo fin original era recolectar y administrar esas ganancias. La percepción de Recabarren puede ser confirmada con cifras. Datos gremiales indican que antes de la guerra del pacífico, en 1877, la producción nacional de vino era de 43 millones de litros. En 1937, previo al gobierno de Pedro Aguirre Cerda, la producción era 354 millones de litros. Casi todo para consumo interno porque las exportaciones eran escasas. Como la población adulta de sexo masculino era de 2 millones y medio, se estima un consumo de 180 litros por persona al año. Cada 2 días el chileno se tomaba un litro de vino y eso sin contar otras bebidas. Debe advertirse que los niños también bebían, y mucho, lo que está bien documentado.

Un artículo de Nicolás Cruz, (Doctor en Historia de la Universidad Católica), que revisa las causas de enfermedad más comunes del Chile de finales del siglo XIX, establece la ingesta de alcohol como la causa más importante. El hecho influyó en la crianza de los hijos, llevándonos a las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo. Había otra cosa que afectaba la mortalidad infantil: la falta de comida. Los poetas de la Lira Popular señalan al hambre como otro motivo para beber. Se tomaba para el hambre, y también para el frío, para el aburrimiento, para recibir, para despedir, etc. Y se tomaba cuando morían los niños.

A pesar de la gravedad del problema, recién se estableció un control en la década del 30. Primero Alessandri declaraba que eliminaría las viñas de sus fundos. Los productores se alarmaron. Según decían, el alcoholismo se originaba por falta de educación. Luego de muchísimo debate se promulgó una ley que limitaba la producción, la que fue considerada casi un atropello a la libertad. De esta forma, la producción se mantuvo estable hasta 1974, que es cuando “la junta” la derogó. Obviamente, después del 74, los litros por año aumentaron. El peak fue de 600 millones, el año 82. Nuevamente casi íntegros para consumo interno, porque el fenómeno exportador de vino debió esperar la década de los 90.

UNA CONCLUSIÓN

En resumen, los niveles de consumo en el país no son algo inherente a nuestro carácter. No es ni la raza ni la genética ni una malformación del hígado. Es claramente una cuestión cultural que surge en la segunda mitad del siglo XIX. La evidencia muestra que se trata de una consecuencia de las inversiones en la industria del vino, lo que generó un círculo “virtuoso” en términos comerciales. Crecía el consumo, crecía la producción y así sucesivamente. Las grandes fortunas nacionales le deben mucho al alcoholismo. Llevar un pueblo al marasmo no es una idea nueva. Los ingleses, luego de fracasar reiteradamente en su intento de comerciar con el enorme mercado chino, tuvieron una idea tan brillante como macabra, a finales del siglo XVIII: venderles opio. El consumo se expandió explosivamente por el celeste imperio. Cuando China dictó leyes para limitar el consumo, Inglaterra bombardeó sus puertos. Se declaraba la primera de las guerras del opio. La ley de Alessandri del año 37 fue una buena medida, pero ocurre luego de casi 100 años de tomar sin control. Por suerte en ese caso no hubo bombardeos.

Las piedras de Almagro

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Si se imagina a un caminante por el frente de La Moneda (de preferencia de otro país u otro planeta), puede que nos de por imaginarlo mirando hacia el sur. Cosa razonable porque al norte La Moneda es un verdadero murallón. Hacia el sur, en cambio, la vista tiene una oportunidad única para perderse. Esto porque en esa dirección existe una avenida peatonal, ancha y sin interrupciones visuales. Es el paseo Bulnes.

Si el imaginario paseante es lo suficientemente curioso, puede recorrer esa calle. Al hacerlo descubrirá infinidad de lugares que solo se dan juntas en ese medioambiente: armerías, bastantes restaurantes, reparticiones públicas, arte en las murallas, fuentes circulares que expulsan agua a raudales, etc. De ello puedo hablar en otra oportunidad. Pero, lejos, lo que más llamaría la atención a nuestro sujeto, es el final del viaje. Porque, cual si se tratara de una iniciación mística, hallaría, al final del camino, un conjunto de menhires ordenados en una configuración cósmica como corresponde a esa clase de monumentos líticos. ¿Por qué están esas piedras allí?

La historia no carece de interés. Su instalación se halla precedida por un conjunto de hechos que remiten a los amaneceres del urbanismo nacional. Podría decirse que todo parte a principios de siglo XX, pero es incluso anterior. La búsqueda de un adecuado entorno para el palacio presidencial fue relevante desde que La Moneda se convirtió en asiento del poder ejecutivo, allá por el año 1845. Pero es en año 1913 que se hacen los primeros intentos más serios, encargados a Ernest Coxhead, arquitecto yanqui, californiano, que presentó un proyecto global para toda la ciudad. Posteriormente, en el año 1918 Juan Luis Sanfuentes (presidente de ese periodo oligocrático conocido como parlamentarismo) pidió a algunos arquitectos nacionales el desarrollo de un proyecto completo enfocado solo al barrio cívico. Lo que encargó poseía una idea fuerza: se debía construir un nuevo palacio presidencial que estuviera enfrentado con el “viejo palacio” y cuya unión sería una calle llena de edificios públicos, la se conocería como “Avenida Sur”. Se presentaron tres propuestas. Pero las ideas, en esa fecha, quedaron en nada. Ibáñez, en su periodo dictatorial del 27 al 31, lo reflotó y algo hizo por la construcción del proyecto. En Europa la arquitectura pública se estaba transformando en la escenografía que usarían los fascismos del mundo. Ibáñez era uno de los aprendices y, en ese sentido, las distintas visiones del proyecto de barrio cívico también se relacionaban con las distintas formas de ver el poder.

Como curiosidad, hasta las mejoras de Ibañez, el palacio de La Moneda no era visible desde la Alameda. Alfredo Prat, uno de los arquitectos nacionales que defendían la construcción de un barrio cívico, señala en artículo del Instituto Nacional Urbanismo que “desapareció el circo, apareció la plaza con la pila y los chorros de colores y La Moneda asomó su cara señorial para conocer las delicias de la Alameda.” ¿Un circo en la fachada de la moneda? Sorprendente dato que no he podido confirmar. Algún gracioso dirá que el circo se trasladó al interior. Lo que si ratifiqué fue la construcción de la plaza y se le llamó “de la Libertad”, pero no debe confundirse con la llama que apareció muchísimas décadas después.

El público ansiaba la ejecución del proyecto. He sabido que algún comité de vecinos elevó una petición al gobernante y que esa petición estuvo acompañada de un conjunto de firmas. Supongo, por lo tanto, que quienes apoyaban la idea eran la elite más informada. El año 34 hubo mucho debate entre los urbanistas nacionales. Los partidarios y los opositores eran igualmente férreos. Un punto de vista indicaba que era lógico que la salida de Santiago se realizara por esta futura Avenida Sur y se planteaba un trazado incluso hasta Avenida Matta. Otros decían, con razón, que desde tiempos inmemoriales era la calle San Diego la que cumplía esta función, por lo tanto, se producía una duplicidad ineficiente. Al final de ese año, contratado por la municipalidad de Santiago, llega el urbanista austriaco Karl Brunner, por unos pocos meses, lo que representa un sustantivo avance en la discusión. Un avance en la dirección de la construcción del barrio cívico, por supuesto. El proyecto que proponía Brunner implicaba la construcción de la Avenida Sur solo hasta plaza Almagro. Su propuesta incluía la construcción de un Conservatorio de Música, con una magnificencia tal que permitiría verlo desde la Alameda.

La construcción fue lenta: a lo menos desde 1937 a 1950. En ese periodo se suceden los proyectos y los aportes: Ricardo Gonzalez, Carlos Vera, Rodulfo Oyarzún, etc. Algunos de ellos alumnos de Brunner. Y en ese caos de arquitectos y urbanistas aparecen mejoras e imponderables económicos que desvían la idea de Brunner. O que la convierten en otra cosa. Por ejemplo, se discutió mucho sobre construir el nuevo Congreso Nacional en los terrenos de la actual Universidad Central. Pero el presupuesto sufrió muchísimos vaivenes. Hacemos notar que la Avenida Sur, o Avenida Central, se pensaba como una calle vehicular. Así es como se ve, por ejemplo, en la película Largo Viaje de Patricio Kaulen. Pero pavimentada solo en una parte, porque en el empalme con la Plaza Almagro los fotogramas dan cuenta de un sitio eriazo.

Un momento importante de esa historia es el descarte de la construcción del conservatorio de Música en la Plaza Almagro y su reemplazo, en 1964, por el proyecto de Lorenzo Berg dedicado a Pedro Aguirre Cerda. Su proyecto se basaba en que los chilenos somos básicamente agua, piedras y metal. Yo sospecho que somos muchísimas más cosas, pero Berg tenía opiniones de artesano y, más aun, de artesano sesentero. Su idea ganó el concurso y consistía en un espejo de agua, con diversas piedras. No he tenido acceso al proyecto, pero algunos señalan que en las piedras se esculpirían figuras humanas, en cambio otros indican que se mantendrían en bruto. Lo que si es un hecho es que al medio del espejo de agua habría una llama sostenida en un adminículo de cobre. Frente a ello, la estatua de Pedro Aguirre Cerda con dos niños. Esto último era bastante lógico, considerando que era profesor. Pero nuevamente la economía nacional o municipal, juagarían una mala pasada. Alguien dirá que es otro ejemplo de desidia nacional. Y que es el mismo tipo de desidia quizá que afectó muchas de las ideas del proyecto de Karl Brunner.

Desde hace algunos meses se viene planteando la idea de “terminar” la obra de Berg. Otros van más allá y quieren retomar el proyecto de Brunner, pero sospecho que estos últimos no se han percatado que ambos proyectos son distintos. La elite, los intelectuales y los funcionarios empiezan otra vez los debates, retomando la tradición. Pero hoy en día hay un factor inesperado y que vale muchísimo la pena atender: la opinión de los habitantes. Incluso puede que la opinión de los turistas. O la del anónimo e imaginario paseante que abre esta nota. Todos ellos tienen algo en común: tienen una relación de usuario con esa escultura. Cuando ven las piedras, montadas sobre algo que pudiese interpretarse como un altar, aparece el asombro, la nostalgia y quizá cierta vaga conexión con el inconsciente colectivo. Sin duda se trata del mismo tipo de sentimiento que llevó a nuestros ancestros a erigir piedras desnudas y alineadas como expresión de religiosidad. Y con eso ocurre un reinterpretación extraordinaria: el eje Bulnes no comunica el arte musical con el arte de gobernar, ni el poder ejecutivo con el poder legislativo, ni nuevos palacios con antiguos palacios ni tampoco una calle para salir de la ciudad. Lo único que nos resultó (parece) fue hacer una conexión entre lo primitivo y lo moderno, entre el caos y el orden o entre lo poético y lo racional. Les aseguro que instalarse al medio de esas rocas, ojalá bajo una lluvia, produce una sensación de clara conexión con el cosmos.

El anterior es uno de los motivos por los que me opongo absolutamente a cualquier intervención del grupo escultórico. En mi opinión, no se trata de una obra inacabada sino más bien de una obra que adquirió vida propia eligiendo derroteros alejados de cualquier normativa. Mi desacuerdo tiene que ver también con la población flotante del sector y sus habitantes menos escuchados: los que han elegido su residencia en los alrededores de Plaza Almagro. Inmigrantes en los cités, antiguos locatarios, asalariados, imprenteros, etc, que han visto tanto cambio monumental y apoteósico sin que jamás se le informe o consulte. Yo he hecho encuesta rápida y me han dicho cosas sorprendentes desde “no…, ¿cómo se le ocurre?, ¿para qué?, si ha estado siempre allí, traigo siempre a mi hijo para acá, ¿quien le dijo eso?, puro gasto de plata”. Etc. Una mujer me dijo que de niña le habían dicho que esas piedras adquirían vida cuando no había luna y que, más tarde, en alguna excursión adolescente intentaron descubrir la manifestación de ese soplo vital. Por su parte, los arquitectos ministeriales (que ni siquiera viven en el sector) hablan de monumento inacabado, de “piedras abandonadas a su suerte”, de monumento a la desidia y otros epítetos peores. Conceptos que, a mi juicio, quedan bien en una charla de café. Pero el urbanismo hay que hacerlo en la calle y con la gente, como tantas otras cosas. El año pasado plantearon construir unas torres gemelas y, de pasada, eliminar las piedras. Por suerte las “torres gemelas” (noten el patético anglicismo yanqui de la denominación) no serán construidas.

Cárceles Concesionadas

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por: Ricardo Chamorro

Algunas imágenes del universo paralelo tras las rejas, pero en una versión particular: el modo concesionado.

Rincones en San Diego

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por: RICARDO CHAMORRO
Todos los barrios tienen sus rincones. El mundo entero posee rincones. Pero los rincones de San Diego remiten a la historia. Y recurriendo a Italo Calvino, es este un ejemplo de ciudad invisible. Él le habría puesto nombre de mujer.

Brazil, una antiutopía

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Mucho se ha escrito y, probablemente, mucho se ha dicho sobre la película Brazil. Entre las afirmaciones más recurridas, está la que señala que “es una película que retrata la alienación del mundo moderno”. Es curioso observar, sin embargo, que no es una película sobre ninguna realidad actual, tal vez ni siquiera sobre el presente. Esto puede ser fuertemente debatido. Pero al menos, es una película sobre un universo paralelo. Por supuesto, la película es mucho más de lo que el análisis revisteril ha querido o podido mostrar.

          Partamos por lo básico. Brazil cuenta la historia de una ciudad, y de un hombre dentro de ella, que viven la burocracia al punto que esta lo domina todo, incluido el terreno de los afectos. El sistema se hace funcionar de manera perfecta, o suficientemente perfecta, a base de miles de funcionarios ordenados y eficientes que jamás cometen errores. Al menos eso es lo que pregonan los líderes. El protagonista es un funcionario más, en una ciudad de funcionarios. Un tipo existencialista, que se cuestiona su entorno y, mas aún, cae constantemente en el vicio de la ensoñación, lo que le lleva a vivir una doble vida. Es un hombre con inconscientes deseos de rebelión y diariamente lleva a cabo algunos pequeños e inocentes sabotajes. Hasta que termina convirtiéndose en un auténtico rebelde. Y eso le lleva a un destino inevitable, como corresponde a esa clase de marginales.

              Como ya lo adelantaba, no se trata de una película que hable del presente, no para mi gusto. Como dije, Brazil es un universo paralelo, por lo tanto es un futuro que pudo “haber sido” de continuar las condiciones imperantes en el ámbito estatal hasta finales de los 70. Pudiese ser que relate de manera eficaz la realidad del Uruguay de los 60, ese que aparece retratado en novelas como “La Tregua” de Benedetti o “Un pequeño Café” de Marco Denevi. Del Uruguay de esos años, se decía que era “una enorme oficina” o “un país oficina”, a tal extremo lo había consumido la burocracia. Prácticamente todos en Montevideo trabajaban para el Estado, en alguna de las interminables reparticiones públicas que le componían. Estamos hablando de una época en que no existían computadoras, lo que significa que no era posible acumular información hasta un limite casi infinito, como es la situación actual del formato electrónico. Tampoco existía la capacidad de procesamiento rápido. En definitiva, la solución fue convertir al estado en una “máquina de procesar” donde cada elemento hacía tareas únicas y diferenciadas. Una especie de “Fordismo” aplicado a las organizaciones. Uruguay era un extremo de lo que ocurría en mayor o menor medida en toda Sudamérica.

          En la película “Brazil” se revive la realidad burocrática y se lleva al extremo del caso uruguayo. Hay un nivel de desarrollo tecnológico que me hace pensar fácilmente en dinosaurios. Básicamente se mantienen las mismas soluciones tecnológicas de los 60: las computadoras son máquinas de escribir, las pantallas son las utilizadas en los antiguos “microfilm” (aún se pueden ver algunos en el poder judicial chileno), los automóviles del empleado promedio son “huevitos”, el papel y el archivador son los elementos fundamentales, el correo es “neumático”, etc etc. La película está llena de pequeños detalles técnicos semejantes.

            En Brazil todos trabajan para el estado y el que no lo hace se muere de hambre o se hace rebelde, lo que significa que empezarán a buscarte. De esta forma, el estado se ha metido en todo, lo que hace de esta película un buen ejemplo de obra “Antiutópica” como Fahrenheit 451, 1984, Matrix o Un mundo feliz. En todas ellas se imagina un mundo, en los que un cierto “sistema”, totalmente lejos del control de los ciudadanos, rige y ordena el mundo. El apelativo “anti” lo agrego por el hecho que, para el espectador, dichas invenciones son poco deseables. Se plantean moralmente como advertencias, respecto de elementos especialmente totalizadores dentro de la sociedad presente. Por ejemplo, 1984 las emprende contra la televisión y Un mundo feliz, contra las drogas “socialmente establecidas”. Para el caso de Brazil, es absurdo pensar que ese mundo pudiese existir alguna vez: ya estamos demasiado acostumbrados a no ser funcionarios de maquinarias estatales y a un cierto tipo de paradójica “libertad” dado por la instantaneidad del mail, del celular y las noticias al instante. A una sociedad como la nuestra le acecha mucho más una antiutopía del tipo mostrado por Matrix o por Terminator, y por eso son más inquietantes a nuestra imaginación.

           De todas formas, Brazil es una película compleja y llena de metáforas, por el hecho de hablarnos, además, de la evasión. La forma en que el personaje escapa a la totalización y al sistema, es mediante sueños. Sueños que pronto van mezclándose con la realidad, a medida que el avance de los hechos convierte al protagonista en un problema para el sistema. El formato de esos sueños contiene muchos de los paradigmas del héroe: la heroína pura y bella, el rapto de la heroína, el horrible monstruo muchísimo más grande que el héroe (resabios del David contra Golliat), la gran batalla del héroe contra el monstruo, el triunfo final gracias a la osadía y la astucia, la ayuda de un misterioso rebelde interpretado por Robert de Niro. Pero el protagonista no es un héroe épico. Es un héroe tragicómico y es posible establecer paralelos indudables con otro de los grandes héroes tragicómicos de todos los tiempos: el mismísimo Quijote. Para muestra un botón: la delicada dama de los ensueños del protagonista es, en la realidad, una mujer ruda y vulgar, una auténtica Aldonza Lorenzo de la era burocrática.

        En mi opinión, Brazil es una película totalmente superada en términos políticos, sin embargo, su estética, su descripción fidedigna de una época, su forma de abordar el eterno tema del héroe, sus guiños al Quijote, su guión establecido 100% sobre la ironía, la convierten en un clásico. Sin duda es la película que a Orwell le habría gustado ver.