La imagen se halla en todas partes. Adonde vayamos dentro de la ciudad hay imágenes que abarcan muchos ámbitos. La diversa iconografía, desde tiempos inmemoriales, agrega otro elemento: esa multiplicidad de imágenes no solo tiene un sentido estético. Quizá en algún primigenio principio pudo existir un puro y abstracto afán estético, pero con el tiempo las imágenes van adquiriendo un determinado significado. Es decir, las imágenes pueden leerse, como si fuesen símbolos puesto que aluden a otros sentidos. Los antiguos cántaros fenicios que transportaban agua en sus barcos, llevaban un par de líneas onduladas. Esos tiempos primigenios han quedado atrás. Ya no son unas pocas imágenes, ahora son miles quizá millones. La conclusión primaria es: las imágenes tienen contenido simbólico. Y la siguiente conclusión es que la cantidad de contenido simbólico actualmente disponible y “traducible”, es decir, que posea algún significado para el observador, es de una enormidad pasmosa. Un ejemplo corriente es el ícono, una imagen simple y breve con un mensaje unívoco. Las ciudades están pobladas de íconos, los aparatos electrónicos que usamos están pobladas de iconos, etc.
Ahora bien, mi opinión personal es que el pensamiento puede ser comunicado mediante cualquier elemento que posea contenido simbólico. Y continuando con mis opiniones personales: la mente humana, la mente en el sentido que la entiende Maturana (o Varela, para ser más precisos), se refleja en el mundo mediante simbolismos de cualquier tipo, en particular con el simbolismo de la imagen. Es curioso, en ese sentido, observar que el intelectual promedio (me incluyo entre los intelectuales promedio) se preocupa por “el chileno que no lee y que, por ende, no piensa”. Pero emite juicios con contenido simbólico. Eso es inevitable. Y es capaz de comprender los comerciales de la tele, lo que a mi juicio no es una cosa necesariamente fácil. Hay que reconocer que influye mucho el talento del publicista que fue capaz de combinar ingeniosamente imagen con sonido y con palabras (tanto escritas como habladas) para lograr un conjunto que el chileno promedio comprenda. Un ejemplo: una marca de sal de fruta, DISFRUTA, una marca de aparición reciente, trata de entrar al mercado. Y como estrategia de entrada engaña al espectador, haciéndole creer que es una marca muy antigua y muy tradicional. Lo logra grabando unos comerciales idénticos a los que se hacían en los albores de la televisión chilena. El telespectador entiende la broma, cae en el juego, porque “interpreta” correctamente lo que se le está diciendo. Quiere decir que en la mente del telespectador hay una capacidad para discernir los distintos estadios de desarrollo que ha tenido la televisión. Ese comercial terminaba sincerando el mensaje y finaliza diciendo “parece que lleváramos muchos años tomándola”.
Otro ejemplo es aquel comercial de Firestone, donde un indio trataba de cruzar una carretera apoyando la oreja en el asfalto. ¿Por qué nos causaba gracia el acto del indio?. Porque desde las películas de vaqueros sabíamos que los indios hacían eso, pero en la línea del tren. Ahora bien, hay que notar que la vestimenta (la imagen que el comercial nos da de la vestimenta) nos permite rápidamente saber que estamos ante un indio. Y todos lo comprendían, aunque es claro que nadie ha visto jamás un indio comanche.
Esto refleja que el chileno posee en su cabeza un registro importante de imágenes. Y refleja que nuestra cultura va, cada vez más, hacia la imagen. Y creo que ya es un lugar común decir que buscamos imágenes como forma de evasión y placer. Pero ¿hay un nivel de “crítica simbólica” en el chileno promedio? Con esto me refiero a sí, acaso, es capaz de leer más allá de lo evidente. Hay crítica simbólica que ha dado frutos notables. Puedo citar ahora, a la rápida a Humberto Eco, con unos estupendos ensayos acerca del “significado oculto de las historietas”, a Armand Mattelart con su libro que interpreta significados ocultos acerca del Pato Donald y a Ignacio Ramonet, que nos cuenta qué hay detrás de las películas de vaqueros y de guerra. Por supuesto, ellos descubren mucho mensaje político asociado. Por lo tanto, es claro que un ojo crítico bien entrenado frente a los símbolos previene contra cierta propaganda nociva que nos viene desde el primer mundo, o del mundo que sea.
Hacer crítica simbólica requiere manejo de la historia del símbolo. Saber que ciertas imágenes antiguamente poseían otro significado o que, en otras culturas, determinadas imágenes adquieren connotaciones inesperadas. ¿Posee manejo histórico de los símbolos el chileno promedio? A mi juicio si, porque hace bastante tiempo que el chileno vive en el mundo de la imagen y, por lo tanto, conoce su evolución y puede llevar a cabo la correcta comprensión de un comercial como los indicados antes. Por supuesto, esta pequeña “columna” no pretende agotar el tema: se trata de un ámbito extremadamente extenso. De todas formas, parece que el chileno “piensa” bastante más de lo que los intelectualillos creemos. Pero mi optimismo es mesurado: Croce decía “si no hay expresión no hay pensamiento”. Por suerte está youtube para expresarse sin límites.
Por: Ricardo Chamorro