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Elementos de aquí y de allá: configuraciones de una Latinoamérica con mixtura.

Algo que puede parecer anecdótico dentro del argumento de «La vendedora de rosas», pero que muy por el contrario, es uno de los motores principales de la idea de guión, fue un cuento de Hans Christian Andersen «La vendedora de cerillas» de mediados de 1800. Cuento que realizó el escritor en forma honorífica por su pasado como niño, donde llegó a mendigar y vivir bajo un puente, en sus épocas de mayor pobreza.

Coincidentemente además, este escritor se enmarca dentro del movimiento literario realista, el cual tenía como objeto «la representación exacta de la vida cotidiana, desprovista de idealización» donde se tomaban en cuenta en forma documentalista los aspectos que habían sido ignorados de la vida y la sociedad contemporánea europea. En estos textos se describía mayormente, a personajes comunes y su realidad, donde esta observación de la realidad, era acompañada de un cuaderno de anotaciones. Parte importante del trabajo del literato realista era la descripción detallada y ojala, la descripción casi magnetofónica del habla popular, entre otras características, que en los casos del realismo liberal, tenía la idea de ser un acto de denuncia social, ya que esta observación tenía como propósito, establecer una ética, donde se intentaba dejar el texto lo más objetivo posible, para que mostrara la realidad material en el cual se situaba la historia de los personajes, que eran la marginalidad negada por la sociedad europea de ese tiempo.

Estos elementos están presentes en la realización de la película «La vendedora de rosas», y no solo por la utilización de un texto crítico de mediados del siglo XIX, como es «La vendedora de cerillas» de Andersen, sino que también por la utilización de conceptos planteados por el movimiento literario que envuelve a Andersen, el realismo. «La vendedora de rosas», termina transformándose en un reflejo espectral de esa sociedad europea que bien cabe en Latinoamérica, irónicamente, 150 años más tarde.
El encuentro de Gaviria con este formato de cine también se relaciona con sus inicios como cineasta. Empezó grabando dos «peliculitas», como él mismo las llama «El vagón rojo» y «La lupa del fin del mundo», que fueron hechas con niños de un colegio:

«Me encantaron la naturalidad, la espontaneidad, la frescura de estos muchachitos…Me gustaba que hablaran de una manera coloquial, que no fueran diálogos teatrales ni de cine, sino frescos, que dijeran las guevonadas así, normal» comenta Víctor Gaviria en una entrevista hecha por Fernando Cortés.
Después de estas incursiones, su primer mediometraje «Habitantes de la noche» , fue un paso importante de Gaviria para reconocer una característica distintiva dentro de sus películas:
«Y yo, con mi primera experiencia con actores naturales, hice «Habitantes de la noche», un mediometrajillo, y ahí me di cuenta que en esa película hay unas partes que son mejores que otras y que las mejores son las que tienen un guión que está más próximo a la investigación de campo».
Es por esto que Gaviria, hace desde antes del rodaje de la película «La vendedora de rosas» , la película misma:

«Para la verosimilitud de las actuaciones se trabajó desde un inicio con las cámaras, desde el primer contacto con los niños en las entrevistas, eran de ese momento ensayos, improvisaciones, eran también momentos de diálogo constante entre los técnicos y los actores, para lograr que fuera creíble la historia, era una buena manera de que los actores se acostumbraran al formato además de tomarlo como herramienta investigativa…todo detalle es importante, para que le de un sentido de realidad y , sinceramente, hace respetar al personaje. Porque un personaje ficticio está hecho de muchos olvidos de un personaje real, de muchos huecos, de muchos vacíos, que son vacíos no solamente inconscientes sino de desinterés».
Comenta en la entrevista realizada por Fernando Cortés.

La Droga-Madre y el niño huacho Latinoamericano

En la película «La Vendedora de Rosas», se plantean varias temáticas que están presentes en la marginalidad de sus niños-personajes, pero visualizo que existen dos temáticas que remarcan la historia completa: El consumo del sacol (droga que se exhala) y el vínculo con la figura materna, sea esta la madre o la abuela. En la película se intenta mostrar como estos niños son despojados de la cotidianeidad dada principalmente por la figura materna, despojo que los arroja al consumo de drogas, el cual no es otra cosa que el recuerdo de esa cotidianeidad negada o perdida.

Víctor Gaviria comenta a propósito de este vínculo en la entrevista hecha por Fernando Cortés:
«Pocas imágenes pueden impresionar más la sensibilidad de un ciudadano que el gesto de un niño que cruza el brazo sobre el pecho para llevarse a la boca un frasco de sacol. Esta impresión, me parece, proviene, de el hecho de que el gesto supone a dos personas, cuando en realidad hay solo una. La segunda persona está sin estar, se haya presente a través de su ausencia. A través de la botella los niños simbolizan a su madre cariñosa que ya no está por ninguna parte…Como la realidad les ha negado la continuación de esta madre ferviente, ellos se desenvuelven en el tiempo hasta llegar al momento en que aquel vínculo existió».
En la historia Latinoamericana el vínculo familiar del niño ha estado ligada a la figura materna, cumpliendo casi un rol mítico dentro de la conformación de la sociedad latinoamericana, la madre tierra junto a la madre de la fe cristiana y occidental, «La Virgen», se entremezclan para darle un lugar privilegiado y devoto, ya que es en su ausencia o presencia, es aquel único soporte de la cotidianeidad de los hombres y mujeres nacidos en «estas tierras».

El niño huacho es atribuido por la falta de padre o la ausencia irremediable del mismo, sea esta por la desaparición completa o parcial de su figura, la cual no alcanza ni a formar parte del mundo mítico, y no por que no pueda serlo, sino porque simplemente es negado de la configuración familiar, no está, forma parte del mundo inconsciente o del mundo social, alejado de la cotidianeidad familiar, esta como hombre en el mundo, deambulando o definitivamente no existe en él.

Llamar huacho a un niño al cual se le atribuye esta condición, solo por la ausencia paternal, es un hecho que impacta, porque se sabe muy bien que la palabra «huacho» se designa a quien posee la ausencia de ambos progenitores y no de uno solo.

¿Porqué a pesar de la existencia de la madre se les sigue llamando huachos a quienes realmente no lo son?

Porque esa madre está presente pero en su ausencia, la madre cuando está presente está produciendo para poder mantener el hogar, está siempre haciendo cosas que no se relacionan con el niño en sí, si no que en función de ese niño y de ella misma, en este caso los niños son huachos de madre y de padre, de padre por omisión y de madre por condición.

En el ensayo del historiador Gabriel Salaxar «Ser Niño «huacho» en la Historia de Chile» se describe la condición del niño huacho y pobre del siglo XIX en Chile:

«Los hijos siempre quedan aferrandos a la madre. Sobretodo cuando hay naufragio coyugal. Entonces digámoslo de entrada: mamá se quedaba muy a disgusto con nosotros. Es que para ella no éramos más que un cepo que le impedía moverse con la destreza requerida para subsistir en un medio tan difícil como era el que acosaba a los chilenos pobres del siglo XIX».

La figura con la que se mitifica más clásicamente a la madre y que aparece constantemente en las alucinaciones de los niños en sacol dentro de la película y en sus experiencias transmitidas en las entrevistas previas a la misma, es la imagen de «La Virgen». Esta mitificación se relaciona en parte por la madre que está presente por condición, la madre que supuestamente está, pero que nunca está, realmente.

Por otra parte, esta mitificación también se relaciona con el fracaso de esta madre, que termina abortando el proyecto de ser sostenedora del hogar y entrega esta distinción a un otro:

«Donde la mayoría de los hombres-aún los más fuertes-fracasaban sin remedio, viéndose obligados a escapar de sus hijos. Mamá no podía escapar de nosotros. No podía. Pero francamente, la estorbábamos. ¡Y vaya si la estorbábamos! Si su impulso más primario tras echarnos al mundo y comprender que estaba sola- era repartirnos. Eso, exactamente hizo, obsequiarnos a cualquier otro que si pudiera «tenernos».»

Explicita el texto «Ser Niño «huacho» en la Historia de Chile.

La madre entrega sus hijos a la abuela, a los ricos, a la calle, a un hogar de menores, o a lo que venga, porque no es capaz de sostener un proceso que nació fracasado.

Bajo esta configuración entendemos entonces al niño «huacho» Latinoamaricano, como un niño que vive arrojado al mundo con un padre por omisión y una madre por condición, uno enclaustrado en el inconsciente, imposibilitado de salir y la otra mitificada allá lejos, en lo inalcanzable y etéreo.

Espacios para formar parte

La película «La vendedora de rosas» entrega la posibilidad de darle la palabra a aquellos que no la tienen, en palabras del filósofo y esteta Jacques Ranciere, los personajes de «La vendedora de rosas» son la parte de los que no tienen parte, aquellos que no están incluidos dentro del proyecto de sociedad que hoy se constituye como tal. Los niños de la calle «son parte de un paisaje más dentro de la cuidad», son un «ruido» que molesta un poco al cuidadano, pero no son constitutivos de esa sociedad a la que este ciudadano pertenece.

Víctor Gaviria al abrir la posibilidad de mostrar la voz y la palabra de estos niños de la calle, logra visibilizar a un grupo importante de la sociedad, los cuales nunca son contados como tales. «La vendedora de rosas» es un lugar donde se construye política, ya que se hace escuchar la voz de aquellos que no son:

«Hay política, porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo» dice Ranciere.

Nada es de extrañar que la crítica haya visto un «peligro» en el contenido de la película, ya que sabemos que éstos justamente están para dar sustentabilidad a aquellos que si son contados como parte de una sociedad, son reafirmadores del discurso oligarca que los sostiene, y que ellos están obligados a sostener para seguir formando parte. Mirar con buenos ojos una película que muestra a quienes se toman la palabra sin que nunca se les haya considerado dárselas, dar la posibilidad de escuchar a aquellas voces que supuestamente no tenían voz, obliga a hacerlas parte de una sociedad donde esta fracción de personas esta negada a ingresar y les permite dejar de ser un mero «ruido» como algunos quieren que sean.