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Brazil, una antiutopía

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Mucho se ha escrito y, probablemente, mucho se ha dicho sobre la película Brazil. Entre las afirmaciones más recurridas, está la que señala que “es una película que retrata la alienación del mundo moderno”. Es curioso observar, sin embargo, que no es una película sobre ninguna realidad actual, tal vez ni siquiera sobre el presente. Esto puede ser fuertemente debatido. Pero al menos, es una película sobre un universo paralelo. Por supuesto, la película es mucho más de lo que el análisis revisteril ha querido o podido mostrar.

          Partamos por lo básico. Brazil cuenta la historia de una ciudad, y de un hombre dentro de ella, que viven la burocracia al punto que esta lo domina todo, incluido el terreno de los afectos. El sistema se hace funcionar de manera perfecta, o suficientemente perfecta, a base de miles de funcionarios ordenados y eficientes que jamás cometen errores. Al menos eso es lo que pregonan los líderes. El protagonista es un funcionario más, en una ciudad de funcionarios. Un tipo existencialista, que se cuestiona su entorno y, mas aún, cae constantemente en el vicio de la ensoñación, lo que le lleva a vivir una doble vida. Es un hombre con inconscientes deseos de rebelión y diariamente lleva a cabo algunos pequeños e inocentes sabotajes. Hasta que termina convirtiéndose en un auténtico rebelde. Y eso le lleva a un destino inevitable, como corresponde a esa clase de marginales.

              Como ya lo adelantaba, no se trata de una película que hable del presente, no para mi gusto. Como dije, Brazil es un universo paralelo, por lo tanto es un futuro que pudo “haber sido” de continuar las condiciones imperantes en el ámbito estatal hasta finales de los 70. Pudiese ser que relate de manera eficaz la realidad del Uruguay de los 60, ese que aparece retratado en novelas como “La Tregua” de Benedetti o “Un pequeño Café” de Marco Denevi. Del Uruguay de esos años, se decía que era “una enorme oficina” o “un país oficina”, a tal extremo lo había consumido la burocracia. Prácticamente todos en Montevideo trabajaban para el Estado, en alguna de las interminables reparticiones públicas que le componían. Estamos hablando de una época en que no existían computadoras, lo que significa que no era posible acumular información hasta un limite casi infinito, como es la situación actual del formato electrónico. Tampoco existía la capacidad de procesamiento rápido. En definitiva, la solución fue convertir al estado en una “máquina de procesar” donde cada elemento hacía tareas únicas y diferenciadas. Una especie de “Fordismo” aplicado a las organizaciones. Uruguay era un extremo de lo que ocurría en mayor o menor medida en toda Sudamérica.

          En la película “Brazil” se revive la realidad burocrática y se lleva al extremo del caso uruguayo. Hay un nivel de desarrollo tecnológico que me hace pensar fácilmente en dinosaurios. Básicamente se mantienen las mismas soluciones tecnológicas de los 60: las computadoras son máquinas de escribir, las pantallas son las utilizadas en los antiguos “microfilm” (aún se pueden ver algunos en el poder judicial chileno), los automóviles del empleado promedio son “huevitos”, el papel y el archivador son los elementos fundamentales, el correo es “neumático”, etc etc. La película está llena de pequeños detalles técnicos semejantes.

            En Brazil todos trabajan para el estado y el que no lo hace se muere de hambre o se hace rebelde, lo que significa que empezarán a buscarte. De esta forma, el estado se ha metido en todo, lo que hace de esta película un buen ejemplo de obra “Antiutópica” como Fahrenheit 451, 1984, Matrix o Un mundo feliz. En todas ellas se imagina un mundo, en los que un cierto “sistema”, totalmente lejos del control de los ciudadanos, rige y ordena el mundo. El apelativo “anti” lo agrego por el hecho que, para el espectador, dichas invenciones son poco deseables. Se plantean moralmente como advertencias, respecto de elementos especialmente totalizadores dentro de la sociedad presente. Por ejemplo, 1984 las emprende contra la televisión y Un mundo feliz, contra las drogas “socialmente establecidas”. Para el caso de Brazil, es absurdo pensar que ese mundo pudiese existir alguna vez: ya estamos demasiado acostumbrados a no ser funcionarios de maquinarias estatales y a un cierto tipo de paradójica “libertad” dado por la instantaneidad del mail, del celular y las noticias al instante. A una sociedad como la nuestra le acecha mucho más una antiutopía del tipo mostrado por Matrix o por Terminator, y por eso son más inquietantes a nuestra imaginación.

           De todas formas, Brazil es una película compleja y llena de metáforas, por el hecho de hablarnos, además, de la evasión. La forma en que el personaje escapa a la totalización y al sistema, es mediante sueños. Sueños que pronto van mezclándose con la realidad, a medida que el avance de los hechos convierte al protagonista en un problema para el sistema. El formato de esos sueños contiene muchos de los paradigmas del héroe: la heroína pura y bella, el rapto de la heroína, el horrible monstruo muchísimo más grande que el héroe (resabios del David contra Golliat), la gran batalla del héroe contra el monstruo, el triunfo final gracias a la osadía y la astucia, la ayuda de un misterioso rebelde interpretado por Robert de Niro. Pero el protagonista no es un héroe épico. Es un héroe tragicómico y es posible establecer paralelos indudables con otro de los grandes héroes tragicómicos de todos los tiempos: el mismísimo Quijote. Para muestra un botón: la delicada dama de los ensueños del protagonista es, en la realidad, una mujer ruda y vulgar, una auténtica Aldonza Lorenzo de la era burocrática.

        En mi opinión, Brazil es una película totalmente superada en términos políticos, sin embargo, su estética, su descripción fidedigna de una época, su forma de abordar el eterno tema del héroe, sus guiños al Quijote, su guión establecido 100% sobre la ironía, la convierten en un clásico. Sin duda es la película que a Orwell le habría gustado ver.

Por: Ricardo Chamorro