Por: Gustavo Bernal
La primera vez que vi a un negro brillar debe haber sido al rey del pop, Michael Jackson, lo admiré bailando Billy Jean en una tele a blanco y negro. Con los años, en plena pubertad, me hice barrista azul y entre idas y venidas al estadio estuve encandilado con la técnica dócil y el jogo bonito de Severino Vasconcellos, futbolista brasilero de raza negra, aunque cuando llegó a jugar a la U, ya venía de vuelta de varias tomateras y tenía mas incidencias en los bares que dentro de la cancha, pero era un crack de aquellos, de esos que, a pesar de las resacas infernales, se les perdonaba todo. Con la prensa amarilla de aquellos años le sabíamos hasta el nombre a las putas que se pitiaba, a los antros de juergas demenciales, e incluso, los gustos etílicos del «deportista». Todo. Era un secreto a voces que Severino era bueno para la pipa, incluso podía llegar a entrenar chuteando una garrafa y todos en la barra, que por esos años no se llamaban “Los de Abajo”, sino que , tenía dos brazos armados en constante pugna entre ellos, unos eran “Mis Dos Amores”, y los otros, mas radicales y viejos en el club, se autodenominaban, “Imperio Azul”. La cuestión es que, al negro le aplaudían hasta aquellas tonteritas cucarras, pero el fin de semana debía rendir a full, y eso era lo trascendente para las barras y durante al menos una temporada en el equipo, lo hizo bien, anotando goles hasta con el gollete de la botella. Ahora bien, hace unos años me vine a vivir a las cercanías del centro de Santiago, da igual si es Matucana, Mapocho, Independencia o Franklin, para el caso en cuestión es lo mismo. La invasión negra está en todos lados. Al principio fueron unos peruanos escuetos los que llegaron con las patas y el buche, que dicho sea, hoy en día superan los 80 mil peruanos legales, bonita cifra que, podría ser comparada con un antiguo estadio nacional repleto, pero ahora tenemos miles de colombianos, cientos de ecuatorianos y muchos brasileros merodeando por todos lados. La Plaza Yungay parece Medellín seudo/Barranquilla, la Plaza Chacabuco ya está lista para ser rebautizada como Plaza Quito y sus alrededores pintados estilo Guayasamín. Tenemos encima de nuestras caras una propia cosmopolita fauna negra, y gratis. Y no sé para ustedes, pero para mí es un placer verles pasearse como Pedro por su casa, pues en años nos han traído la mejor calidad de insumos blancos, prostitución por doquier, y a buen precio, además de un exquisito arte culinario a la puerta de nuestras casas, porque siendo objetivos y no perdiendo la compostura, los negros nos han dado las facilidades para degustar filetes de primer corte, y en varios ámbitos.
No me van a decir que, alguna vez, vieron culos más hermosos que aquellos que parecen postizos, negros culos girando por las avenidas, a sabiendas que, las negras dueñas los mueven para nosotros, y a propósito, o aquellos labios morados, endulzados con manjar de ébano y al hablar, sus entonaciones con aires cálidos y asonantes. A las mujeres de nuestro país les debe suceder algo similar, pues no es secreto para nadie que los negros, eventualmente, cogen de putamadre con sus rítmicas herramientas negras y engrasadas dignas de un cool pornostar en su mejor momento.
Entonces, que hacemos en medio de este exprimidero de ansiedades, ¿nos hacemos los dormidos o les damos lo que quieren?. Primero nos tiramos a sus mujeres y luego les compramos algo para alargar la noche, algo así como tentadores fragmentos de diabluras empolvadas. Podríamos estar tardes enteras babeando frente a una negra y sus encantos, son tan alegres, distinguidas, rebeldes e inciertas. No sabes cuando una negra te dirá, “ya poh guapo, chúpame una tetita”, o cosas por el estilo. Pero antes debes pasar por caja. Ya pasó el tiempo de aquella esclavitud repugnante y las nanas negras que se dejaban culiar por sus jefes por diez pesos o simplemente para mantener la pega o por nada. Ahora queremos nananais calentones y que con sus olores y su lengua nos pongan dura la verga a diario. En cierto modo, es una nueva forma de esclavitud, pero remunerada. Es sabido que, las personas deben, o intentan desempeñar tareas que les den dinero y para lo que sus intelectos y cuerpos están preparados y donde también, se sientan más cómodas y a gusto. Estoy seguro y no quiero pecar de ingenuo con esto, pero las negritas, no todas, pero en su mayoría, cruzan la mitad de Sudamérica por el papalapapiricoipi prometido que cantaba Pachuco y su orquesta, que consiste en “tu me das aquello, yo te entrego esto” y bajo ninguna circunstancia, a vender sopaipillas con ají en las esquinas. He ahí la premisa, a mayor demanda aumenta la oferta, y viceversa, o al menos de eso se trata la moderna invasión negra, algo parecido a un canje en que las partes quedan satisfechas. Finalmente, crecen flores negras en una ciudad contaminada, y a su vez, con extensas invitaciones perversas y ardientes como aullidos, todas éstas envueltas en tonalidades esnifables, sudadas y, obviamente negras.
Por: Gustavo Bernal
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