Al preguntarle a Patrice Leconte sobre el porqué del uso del blanco y negro en esta película, responde que no lo sabe, que se dio solo, que intuía que la historia debía ser contada con esa estética. Sea cierta o no su intuición, se merece unas felicitaciones, pues su obra cinematográfica ha sido bastante dispar en resultados.
El argumento es archirepetido, podría ser incluso sacada de musicales hollywoodenses, pero el talento de la narración posee una sensualidad y unos diálogos, que sumados a una soberbia fotografía y cuidados encuadres se convierte en una nueva historia. Podríamos decir que la particularidad esencial de todo el filme radica en que todo se construye en torno a los personajes y no viceversa.
Adèle es una hermosa veinteañera que debido a su constante mala suerte decide suicidarse lanzándose desde un puente; pero justo antes aparece Gabor, un lanzador de cuchillos, que le ofrece, ya que no tiene nada que perder, ser la mujer que lo acompañe en sus números de cuchillos, recorriendo el Mediterráneo. La relación laboral de ambos se conforma entonces como un juego donde la suerte toma el control y el lanzamiento de cuchillos adquiere un erotismo creciente a medida que avanzan en su desordenada ruta.
Tremendos aportes son las actuaciones de los protagonistas (sobretodo de Auteuil) y la banda sonora que pasea entre Brenda Lee, Benny Goodman y algo de Baladamenti.
Leconte, al parecer sin forzarse, homenajea o por lo menos se nutre del encanto del cine francés en su época gloriosa, tanto por los personajes llevados por el incierto destino, sus conversaciones y lugares de encuentro, como por aquel contraste de grises que remite a una época, que aunque puede ser de estos días, pareciera que se instalara en otro presente.
Después de ver La chica del puente resulta hasta inquietante imaginarse esta historia en colores, el erotismo de algunas escenas marcadas por la tensión es potentísimo tal cual lo vemos (como las líneas de luz que cruzan el cuerpo de Adèle junto a las líneas del tren mientras Gabor le arroja cuchillas y miradas), la credibilidad de los rostros y los atrayentes ríos, incluso un arcoíris, existen sólo con el juego de la luz, y no del color. Incluso la historia de nuestros personajes oscilan entre la oscuridad y la luz. El encargado de la fotografía, Jean-Marie Dreujou, quien a parte de Leconte ha trabajado además con directores como Jean-Jacques Annaud, realiza un trabajo más que sólido, creando un ambiente armonioso entre lo poético mágico y una realidad de soledades.
¿Por qué entonces el blanco y negro? La respuesta la tiene el espectador y no el creador en este caso. La respuesta seguramente es simple, pero inexplicable. Pero nos podemos acercar mencionando que en las artes, la forma si modifica el sentir de quien se enfrenta a una obra, sobretodo cuando el fondo aparece de lo innato y por ende, de lo humano.
En La chica del puente unoes el suicida, el río y el arrepentido que se deja llevar por una historia que sin duda existe, pues al cine siempre se le cree.
Por: Don Butaca Martínez
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