Fotografías

Largo Viaje

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Director: Patricio Kaulen
Año: 1967/ Chile
Guión: Patricio Kaulen, Javier Rojas
Fotografía: Andrés Martorell, Alberto Parrilla
Duración: 90 min.

Los cineastas chilenos han tratado una y otra vez de retratar de manera fidedigna al chileno, al chileno pobre, al chileno clase media y al chileno rico. La mayoría de las veces sólo han llegado a la caricatura burda, sin profundidad y casi siempre yéndose por el lado humorístico. Sin embargo hay 5 películas que han de alguna manera desmenuzado a la sociedad chilena de mejor manera. 3 de esos filmes, son anterior a la década de los ‘70s, me refiero a “El chacal de Nahueltoro” (1969), “Tres tristes tigres” (1968) y “Largo viaje” (1967). Otro apareció en plena Dictadura de manera un poco metafórica, pero finalmente un buen ejemplo de la repetida historia de Chile: “Julio comienza en Julio” (1977). Y casi 30 años después cuando no había de donde agarrarse aparece la realidad que todos evitaban mostrar y también ver: El pejesapo (2007).

Siendo cada una de estas películas dignas de un análisis y de una revisión, nos acercaremos a Largo Viaje que, pese a sus problemas técnicos, triunfa con simpleza en lo que otros con parafernalia no logran.

La historia de Patricio Kaulen, que se puede emparentar con el neorrealismo italiano y con las narraciones iraníes que de a poco han ido llegando a occidente, es simple: la tradición popular cristiana dice que un niño que nace muerto se transforma en angelito, por lo que en su velorio es expuesto con alas en un altar. El protagonista entonces, es un niño de 8 años que descubre que a su hermanito no podrá volar al cielo, pues se le han quedado las alitas. En esta búsqueda vamos viendo gran parte de aquel Santiago de los ‘60, en un camino que parte desde Plaza Almagro hasta el Cementerio General.

Largo viaje aparece entonces como una de las primeras películas que muestran el abanico de la fauna chilena casi completa: las putas, los ladrones, los falsos ciegos, los hombres trabajadores, los apostadores, los alcohólicos, los cantores, los evangélicos, los pacos, circulando por cités, las micros, la vega, las iglesias, los edificios, los bares, el río Mapocho, el cementerio. El rito de la despedida del angelito se transforma en casi una muestra documental y es tal vez uno de los momentos mejor logrados gracias a la verosimilitud que se logra con los rezos, los cantos, los bailes y esa mezcla de dolor y festejo.

Aunque en esa época todas las películas chilenas eran hechas en blanco y negro, destaca la fotografía que recuerda a “Los olvidados” de Buñuel y aprovechada de excelente forma en los primeros planos de los rostros que permiten familiarizarse con cada uno de los gestos de los personajes. La narración es bastante moderna y acierta al incluir personajes que no interfieren en la historia principal, pero que ayudan a completar el puzzle urbano.

En ese Santiago podemos ver una cercanía por lo menos geográfica entre ricos y pobres, compraban y eran sepultados en los mismos lugares. Al parecer el “centro” de Santiago era mucho más pequeño y la realidad era menos esquivable.

Buscar las semejanzas y diferencias de aquel Santiago con el que ahora transitamos es una tarea que en Largo viaje realizamos casi sin darnos cuenta, pues en el Santiago de ahora es cosa de levantar una baldosa para encontrar un auténtico adoquín.