En estos tiempos, en que empuñar un arma es una idea poco popular, uno se pregunta ¿de qué manera lograr un mínimo de cambio político? Porque la situación es clara para el izquierdista promedio, que ve que “todo mejora”, pero para él no mejora. Por supuesto, el que vive esa experiencia no es un profesional joven que se instala a vivir en un pequeño departamento de provi o Ñuñoa. Por supuesto que no. Estamos hablando de lo que el eufemismo estadístico en boga ha venido a llamar “segmento C3, D y E”. Es decir, familias cuyo ingreso es menor a quinientas lucas. En algunos casos, bastante menor a eso. Entre ellos a veces surge la pregunta acerca del cambio político.
Ahora el deseo del cambio político fue una cosa un poco dormida en una época. Pero desde los pingüinos al Transantiago (que generó protestas espontáneas “del ordenado y cívico pueblo chileno”), pasando por el conflicto de Celco y los subcontratistas de Codelco, el chileno le ha perdido, un poco, el miedo a expresar colectivamente su opinión. El chileno, que duda cabe, se está volviendo “un ser político”. Hasta el momento, las estrategias de lucha han pasado por salir a la calle con mas o menos violencia. Pero ¿es la única estrategia posible?. Por suerte no es la única.
Evidentemente la otra forma es el arte, entendido el término en un sentido amplio. Para los historiógrafos vale la pena recordar el caso Dreyfus, una muestra de cómo un texto literario (el célebre “Yo Acuso” de Emile Zola) fue capaz de influir de manera positiva en la resolución de una causa judicial en la Francia de finales del siglo XIX. No es el único caso. Hay que recordar que un poeta, Miguel Hernández, fue fusilado por ideales anarquistas y, en rigor, mucha de la España intelectual murió en la guerra civil. Muy relevante, también, fue el papel de los artistas en todo el mundo durante la guerra de Vietnam. Los sesentas eran una época de mucha conciencia en el uso del arte como herramienta política.
Jean Paul Sartre creó el concepto de “Compromiso” entendido como una forma de ser del artista, en que éste no solo se dedica a la cómoda actividad de la pintura para la elite, sino que sale a la calle, entra constantemente a la arena política y utiliza el arte como arma de lucha. No me extrañaría que la idea le hubiese venido mientras arengaba en una barricada.
Chile, por su modesta parte, tiene algunos ejemplos notables. A los más obvios de La Brigada Ramona Parra o Neruda, se unen las novelas realistas de la generación del 38, las acciones del CADA, los documentalistas de finales de los 60 y 70 y prácticamente todo el cine de los 80. No hay que olvidar un importantísimo subgénero, que se convirtió en una tradición de mucho desarrollo en Chile como lo fue la caricatura política. Pero basta de listados enormes. Todos sabemos, desde Aristóteles, con su frase “El hombre es un animal político” que la cosa parece estar bastante definida. Así pues, en el Chile de hoy, conviene recordar la importante dimensión política del arte. Casi como parafraseando a los utilitaristas del siglo XIX, hay muchos padres preocupados por el futuro de sus hijos, que les prohíben el estudio de una carrera de arte porque la consideran inútil. Quizá no sea tan útil para ganar dinero (aunque Picasso y Dalí llegaron a estar dentro de los más ricos del mundo) pero ese es otro tema.
Lo anterior lo podemos unir al hecho de que nuestra actual sociedad tiene una importante predilección por la imagen y el sonido (sobretodo por la imagen) y por eso el momento actual señala que son las artes relacionadas con la imagen, las artes visuales, las que pueden lograr más éxito en una lucha política. Algunos atisbos se están produciendo y puedo dar el ejemplo de “Señal 3”, de la Población La Victoria. Cada vez se vuelve más importante y necesaria la generación de iniciativas como esa. Esto presupone, por supuesto, la utilización de la imagen en movimiento y el video como medio de soporte. Por suerte, la tecnología ayuda bastante. Antiguamente hacer un documental era una actividad carísima debido al equipamiento y al nivel de calificación que debían poseer los técnicos. No cualquiera podía salir a la calle a grabar o a “filmar” según la antigua terminología. “La bomba atómica en casa”, dicen los argentinos queriendo decir que cualquiera, con un PC y una cámara (no es impagable la inversión) puede hacer una película.
Esto que escribo aquí no es ningún descubrimiento, por supuesto. El libremercado se dio cuenta desde un principio que era necesario usar el arte como una forma de “promocionar” sus productos. Esa fue una primera etapa. Luego se pasó a usar el arte para “crear la necesidad de determinado producto”. Un importante subgénero, los comerciales de televisión, ha sido practicado por los grandes directores chilenos, como Caiozzi. Desde un punto de vista estatal o institucional también se le ha utilizado. El régimen de Stalin promovió un determinado tipo de arte, un “realismo socialista” que fuera la herramienta del partido, que educara “la conciencia del pueblo”. De esta forma se realizó una serie de películas, sinfonías, poemas, murales, etc que cantaban las glorias de la revolución, de Stalin y de Lenin. Por supuesto, apartarse de la estética proletaria aseguraba una temporada en Siberia. Hitler no podía estar al margen. Una de sus primera medidas al asumir como canciller el año 33 fue constituir el ministerio de propaganda, capitaneado por Goebbels. No es casual esa decisión de Hitler: lo suyo había sido la bohemia y la pintura, en Paris, antes de la primera guerra. Por ultimo, la maquinaria artística mas aceitada del mundo: el ministerio francés de cultura.
Este uso institucional del arte queda aún mas claro y evidente cuando pensamos en Hollywood. Muchas de las películas que han hecho los estudios yankees pueden leerse bajo una interpretación política. Y no se trata de únicamente de paranoias. Durante los años 50, en lo que se conoce como “la caza de brujas”, muchos directores y actores fueron sacados de la industria si existía alguna sospecha de izquierdismo. Mucho después Rambo, fue un intento muy calculado de convertir la derrota de Vietnam, en una victoria “moral”. Intento que dejó de prosperar con el estreno de “Pelotón”.
Entonces, lo que está faltando es que más gente tome conciencia de lo que tiene entre manos. Que se dejen de payasadas chill-out (que para un rato de evasión están rebuenas) y le hagan a algo que importe, le hagan a algo que pueda cambiar el mundo.
Post Scriptum (PS)
¿El expresionismo abstracto como una forma de hacer arte sin meter en ella a la política? Es posible, pues en el caso de Jackson Pollock lo importante era el tipo de belleza que estaba buscando; y la belleza encontrada por él, en la cual invirtió diez años de su vida, es una belleza que puede ser usada como herramienta política o como decoración de cocina. Uno elige. O lo hace la industria cultural. Este es un detalle importante: el artista visual como un tipo que con mayor regularidad separa el “arte por el arte” de la “utilización política de ese arte”. Es difícil imaginar que un novelista, por ejemplo, un artista de la palabra mas que de la imagen, escriba un libro que sea puro “hecho estético” y carente completamente de un mensaje con influencia política. Si uno da el ejemplo del best seller, no se llega muy lejos, porque el best seller (Rambo, El Padrino, Aeropuerto, James Bond, Forest Gump, etc etc) entrega necesariamente una visión de mundo, una ideología, y bastande fácil de detectar. El best seller, ya se sabe, tiene por objetivo la venta rápida y masiva: escriba para el público general, sin caer en trasgresiones, le dicen en la editorial. En el arte visual en cambio es mas fácil pensar en la “pura estetica” en la “pura abstracción” que no tenga ninguna implicancia social mas que juntar a un grupo de humanos de elite (que, por supuesto, no se hablan demasiado entre ellos) en un salón muy grande y claro que llamamos “museo”.
Por: Ricardo Chamorro