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En Santa Isabel, entre Vicuña Mackenna y San Ignacio, hay gran densidad de arte. No sabemos por qué. Aquí una muestra de lo que hay.
La tele tiene variaciones. La tele se comporta de una manera extraña, creo. Lo extraño de lo que ocurre en la tele tiene que ver con su variación y también con su novedad. En un medio que lleve “un buen tiempo” los vaivenes de su historia se entienden de manera más cabal. En cambio, en lo que concierne a la tele, el fenómeno está mucho menos desarrollado. Vemos solo la superficie de, quizá, un enorme mar de formas de “emitir conocimiento”, al que no estábamos acostumbrados los humanos.
Por otro lado, la escritura, que es un fenómeno muchísimo más desarrollado. En términos históricos, lleva milenios haciendo pensar a los escritores acerca de la esencia del escribir. Aristóteles teorizaba sobre la literatura en su “poética”. Y lo que se observa en la literatura es que se dan ciclos periódicos en que toda una época piensa de determinada manera. La Europa del renacimiento es bastante homogénea en sus modelos sociales y formas de pensar. O imagínense lo que fue la literatura caballeresca para los cortesanos. O lo que fueron los folletines de amor. O lo que fueron las novelas policiales, o las comedias griegas (para los griegos). Aunque claro, con la comedia me estoy metiendo en honduras porque el formato es bastante diferente. Por lo tanto, como culto de masas, la literatura debiera tener un grado mayor de conciencia de sí misma. En cambio la tele (todos los implicados en la cadena de producción de la tele, desde que se fabrica hasta que es degustado por su “·fruidor”, como diría Eco) posee una conciencia de sí misma más escasa, lo que implica que se da más pie para ciertos engaños. Engaños en los cuales se oculta un lado oscuro y peligroso de la ideología dominante. La narrativa de la televisión, que pretende “divertir”, hace que todo esté más lleno de chistes fáciles y anécdotas absurdas. Situaciones que claramente tienen un trasfondo peligroso.
Al respecto puedo indicar un programa que vi el otro día. Yo no poseo televisor, por lo tanto, cada vez que veo algo es un acontecimiento. Estaba el Kike Morandé. Lo que se ve es que el Kike Morandé hace un programa orientado a gente cuya principal diversión es ver tele. En general un estrato socioeconómico bajo. No son como esos programas de conversación donde están Paulsen con Villegas argumentando sesudas cuestiones acerca de la contingencia política. La fórmula del Kike morandé es el humor y las chicas semidesnudas. Benny Hill hacia lo mismo de una manera más inteligente. El gordo porcel, por su parte, también tenía un sentido del humor que a veces era fino. Lo mismo que la serie argentina “rompeportones”. En el kike la situación es diferente, sobre todo por el animador: un tipo bastante cuico, en el fondo, lo que implica que viene de una familia con mucha fortuna y muchas influencias. Ya saben: una calle tiene el apellido Morandé. Y no es solo un alcance nombre. Se trata de un ancestro del kike. Entonces uno pregunta: ¿qué hace un tipo de alcurnia en un programa que divierte a la familia de los estratos E – D-C3, por utilizar la tan vapuleada encuesta CASEN?. La respuesta es simple: está haciendo dinero, como lo hicieron todos sus ancestros vinosos. Para el Kike el programa es un muy buen negocio. El kike en el fondo es un vendedor: su producto es un espacio que divierte a la familia proletaria. No es extraño, por lo tanto, que el mismo kike promocione los productos. Es como un don Francisco de la noche. Aunque don Francisco tenía un asistente en eso de anunciar sus productos: Yeruba.
El Kike vende un formato televisivo de digestión fácil y que no se complica con nada: el sketch. Su programa está construido a base de estos Sketch, algunos interactivos. En ellos prosperan varias clases de “payasos” que intentan hacer reír, no solo al público, también al dueño del negocio. Un ejemplo es Tony Esbelt. Se supone que es un homosexual que se dedica a entrenar mujeres. Antiguamente Tony Esbelt contaba chistes. Pero la última vez que vi tele los guionistas le habían armado una aventura en el espacio. El tratamiento del tema era un poco ignorante, pero al margen de saber o no saber los detalles técnicos mínimos de un viaje al espacio, se trataba a las chicas (disfrazadas de extraterrestres) de putas o perras, de manera literal y sin eufemismos. Lo cual, puede ser cierto o quizá no, pero al menos yo encontré raro el limite difuso entre broma y agresión que se establecía. Debo decir que esta vez quedé sorprendido: la ecuación humor – sexo incorporaba una nueva variable: violencia, como parte del espectáculo. Lo mismo me ocurrió en otra sección del programa: se trataba de una escuelita donde se mostraba lo peor de un sistema de abuso y maltrato. En ella se mostraba a un guatón con cara de mafioso y actitud de lo mismo, intentado entregar sobornos y golpeando a otros sujetos para mantener el liderazgo. Por supuesto, la gente en el estudio se reía. Yo pensé en los colegios de población donde todos van a pasar el rato sin aprender nada. Y sin que al cabro promedio le importe, preocupado como está de sobrevivir a los matones. Al rato entró este homosexual que en otro momento tuvo fama: Nelson Maury. Intentaba de manera lamentable demostrar que era un macho, pero no le resultaba. Sus actitudes demostraban una torpeza que daba vergüenza.
Por otro lado, el guatón mafioso se notaba que despreciaba (en la realidad, no solo en el guión) profundamente a Nelson Maury. En una oportunidad lo golpearon hasta que el sujeto quedó en el suelo y se notaba que le dolía. Pero el show debía continuar sin parar. En todo el programa los defectos físicos sufrieron burlas que llegaron a ser muy duras. No me era fácil sonreír en circunstancias semejantes. Creo que me reí en dos oportunidades. El resto de las veces sonreí un poco. No es mucho y me pregunto ¿me estaré poniendo muy exigente o de verdad esos programas están gastados y hay que ser muy necio para caer en el engaño?. Ustedes saben cual será la postura del intelectual pragmático y elitista que desprecia a las capas populares. Don Francisco dirá “hay que darle al pueblo lo que el pueblo pide”. También es deducible la actitud de los adictos a esa clase de humor, pero que no quieren confesarlo: “pero si es para pasar el rato, no más. No hay que ser tan graves”. Si uno les pregunta “¿Este programa hace bien o hace mal?”. La respuesta será que hace pésimo.”Obvio”. Pero no sabrán decir porqué.
Volviendo al argumento inicial, es muy probable que la idea de “agregar violencia a los programas de humor y sexo” sea otro periodo que se inicia en la historia de la tele y que pasará sin pena ni gloria como pasaron tantas “novedades del año”. ¿Alguien se acuerda del Axe?. Está muerto y enterrado.
De todas maneras, no deja uno de preocuparse sabiendo los efectos de la violencia en otras parte del mundo, Franja de Gaza por ejemplo. ¿La violencia está de vuelta en nuestra sociedad como lo estuvo en los 80? ¿Hay una cierta legitimación de la violencia?. Estos programas de abusos físicos ¿están instalando la tortura como una normalidad?. Soy un optimista. Imagino que los chilenos sabrán rechazar esta nueva moda. Porque la violencia del programa del Kike es, después de todo, lejana a la que exhiben las imágenes que nos llegan de Gaza. Espero que al vinoso Kike no se le ocurran más “ideas brillantes” para hacer dinero.
Lo primero que un posible espectador debe saber, cuando se pone en trámite de ver la película, es que está frente a una película para niños. Ese es el código básico: entusiasmar con una historia insulsa y llena de clichés y guiños a otras películas o a otras historias. Se me argumentará que toda historia viene de otra o como diría Borges “toda escritura es una reescritura” ( en una frase que además no es de él), claro, todo eso es verdad. Pero el talento del director está en que no se note cuando se ha pedido prestado de otras películas.
Una historia prestada (aunque se desarrolla distinto) es la historia de amor que se presenta en Batman. Se trata de un triángulo amoroso. Por un lado el solitario Bruce Wayne, un héroe en la oscuridad y que para los ojos del mundo es un frívolo dandy. Por otro lado el héroe “público”, el héroe que se maneja en el mundo de la política real, es decir en el mundo de los adultos. En medio: la chica, que ama a Batman, pero que prefiere quedarse con el héroe real porque no es correcto que una chica como ella abandone al verdadero héroe por irse con un “ser de la oscuridad”. Hay que decir que, a pesar del heroísmo indiscutible de Batman, éste no deja de ser un niño que ama demasiado los juguetitos. Después volveré sobre el tema de los juguetes. Pero por ahora: la historia de amor que se presenta ya la había mostrado Casablanca. Por un lado Rick y por otro lado Víctor Laszlo. Este último un verdadero héroe húngaro que busca la liberación de su país. La chica se queda con el héroe porque es lo correcto. Lo curioso es que en ambos casos “el ser de la oscuridad” (Batman o Rick, que incluso se hace acompañar de un pianista negro) acepta que lo mejor es que la chica se quede con el héroe público. Y están dispuestos a verla partir, aunque la besen antes de dejarla.
Por eso en Batman uno espera que la chica se vaya con el héroe y que batman se aleje hacia el horizonte con una melodía triste de fondo. Pero no, no ocurre eso. El héroe publico (en lo que podría calificarse de una continuación de Casablanca traducida a los parámetros Marvel), se transforma en una especie de monstruo que busca destrucción y venganza pues el malvado de la película (el guasón) le ha envenenado el alma con lo único que podía quitarle el heroísmo: la muerte de la chica. ¿Por qué el director, el guionista o quien haya tenido la idea eligió ese camino?. Por una razón muy simple: había que salvar la imagen y reputación de Batman. Creo que Batman disfrazado de Humprey Bogart no quedaba bien frente a los niños. Había que dejar en claro que frente al guasón, que es un rival de peso, sería Batman quien triunfe. La muerte de la chica es un sacrificio: no creyó suficiente en la misión de “el señor de la oscuridad”.
Vuelvo al tema de los juguetes. Claramente Batman es un niño grande que utiliza toda su fortuna para crear juguetes cada vez más sofisticados con los cuales oponerse al mal. Ahora, esos juguetes, además traen aparejada una imagen de héroe que retrata muy bien a los norteamericanos. No se trata de un héroe como El Zorro o Bruce Lee que triunfan gracias a su habilidad. Se trata de un héroe que triunfa gracias a ingenios tecnológicos. Exactamente como triunfan los gringos en medio oriente. Por lo tanto es Batman una metáfora de héroe con tufillo a partido republicano. No es un héroe, nuevamente, como el zorro o Manuel Rodríguez que están siempre “contra la autoridad”: batman es amigo de las autoridades y su objetivo es ayudarlos. Es también el tipo que trata de hacer justicia con sus propias manos, exactamente lo que propone la agrupación.
Corrijo el inicio del artículo: es una película para niños, si, pero se trata de niños que serán los Conservadores del mañana. Véala con moderación.
Una de las películas que más impactaron al mundo en su oportunidad fue la película “The Matrix”. Ya todos conocen el argumento de la cinta pero puedo resumirlo en “una sociedad futura, en la que los hombres no son hombres sino fuente de energía de una gran computadora”. Pero la supercomputadora no solo se queda con la energía de los humanos. Nadie entrega algo gratis, y menos un humano. La estrategia de la supercomputadora para quedarse con la energía humana requiere que a éstos se les tenga engañados, requiere que ellos crean que no existe la computadora sino que una ciudad allá afuera, en que se viven todas las vicisitudes de siempre. Por supuesto, alguien podría decir: la trama esencial de la película está sacada de la mente de un paranoico. Las construcciones de la paranoia tienen también ese cariz: son construcciones muy bien armadas, en las que se tiene respuesta para cualquier objeción. Después de todo al salir del cine, nos surgen espontáneas las preguntas ¿vivimos en una matrix? ¿es todo lo que vemos a nuestra alrededor tan solo una realidad “virtual” creada por la máquina?. Ideas como esa no son nuevas. Borges gustaba recordar el mito hindú en que nuestra vida completa no era más que el sueño de un dios. Cuando el dios despertara el mundo acabaría. Quizá suene un poco enfermo, pero creo que la pregunta de si acaso vivimos en una matrix, con una realidad virtual creada por ella, es digna de intentar responderse.
Ante todo debe indicarse que la película de enmarca en el subgénero de las anti utopías. Aquellas que imaginan el futuro, pero no lo imaginan feliz, sino un desastre. Otros ejemplos de esa clase películas son Fahrenheit 451 y 1984. Estas tres películas tienen en común la imagen de un ser humano que ha perdido completamente su libertad. Brazil, por su parte, es el futuro “que podría haber sido” de mantenerse las condiciones que se daban en la era de las burocracias. Podemos decir que, en ese sentido, se trata de una Ucronía. Es como imaginar que Hitler ganó la guerra y no que la perdió. De todas formas apela al mismo patrón: un ser humano que ha perdido su libertad.
Pues bien ¿vivimos o no vivimos en la matrix? La respuesta que veo a diario es que muchas de las técnicas realizadas por la matrix, ya se emplean en mayor o menor grado. Porque ¿qué hace el hombre al vivir en la ciudad todos los días? Cuando uno mira nuestras actuales ciudades, con su boom del desarrollo inmobiliario, lo que ve es “grandes edificios al interior de los cuales viven hombres y mujeres que son mantenidos en ambientes seguros y tibios”. Las enormes construcciones donde se apiñan cientos de familias poseen muchas instancias para “ocupar el tiempo” y en ese ocupar el tiempo se hacen notables traspasos de energía a una superestructura: el edificio entero. Una imagen que a mí me conmueve es la fila de trotadores que se ve en los gimnasios incorporados al edificio. La fila avanza hacia nada, embelesada en la pantalla que tienen al frente. No me extrañaría que las máquinas de los gimnasios poseyeran dínamos que captan la energía de los movimientos para llevarlos a una gran central. Es más: ni siquiera me parece mala idea.
En muchas partes, los trabajos tienden a lo mismo: los arquitectos de la ergonomía diseñan cubiles cada vez más pequeños donde el oficinista promedio tiene todo lo que necesita. No requiere, en principio, que se levante de su silla. Recuerdo una propaganda radial donde se ofrecía un programa informático que organizaba el tiempo de manera precisa y eficiente, de tal manera que “se acababan los cafecitos a media mañana y las conversas en los pasillos”. Se evitaba, en suma, que el trabajador desperdiciara energía que era “de la empresa”. Porque bueno es decirlo, aún resuena el concepto marxista de enajenación: el resultado de los esfuerzos de cada oficinista no le pertenece a él, le pertenece a la empresa. Esto no es algo que pase en lejanas fábricas chinas. El profesional chileno no puede poner su firma en una planilla excel como si fuera su creatura. Va la firma de la empresa.
A este deseo de los ergonomistas de tener al funcionario sentado se agrega un elemento nuevo que durante la burocracia no existía: Internet. La Internet tiene un elevado potencial adictivo. Por otro lado, su grado de virtualidad es muy alto. Las cosas que ocurren en la red no necesariamente tienen su correlato “real”. Un ejemplo es el facebook. Las cosas que ocurren en facebook, muchas veces se quedan allí. Recuerdo el sujeto que se ha sindicado como uno de los violadores de Las Condes, con una activa participación en facebook, al punto de poseer una novia virtual. Ignoro si le tocó un pelo a la novia virtual, pero sospecho que no. Un último ejemplo de virtualidad, muy orientada a tipos que viven en edificios, de donde no salen casi a la calle: el nintendo wii. En el nintendo wii, cada vez más, se pueden jugar los juegos que antes eran reales: hay cocina wii, golf wii y boxeo wii. Por más que uno se pregunte ¿es que acaso la cocina wii es mejor que la cocina real?. Por ahora, la cocina real tiene un subproducto, más allá del mero juego: un platillo de verdad. Es muy probable que los jugadores de cocina wii no sepan cocinar en realidad.
Con los ejemplos anteriores queda claro que abundan los métodos para quitar energía a los habitantes del edificio “en altura”. De esta forma la película de Matrix es algo más que la fantasía de un paranoico: es la metáfora de la sociedad en que vivimos. No me extrañaría que en un futuro, quizá no lejano, se reemplacen las sillas frente a la pantalla por tazas de water. Por lo menos, hubo una empresa de supermercado que repartía pañales de adulto a sus cajeras, para que no se levantaran al baño. De eso a lograr que el empleado no se levante jamás de su silla, hay solo un paso.
Hace poco terminaron de transmitir una de esos experimentos sociológicos que están haciendo los canales, los llamados “reality”. El último que nos tocó ver, “Amor Ciego” causó una conmoción grande dentro del país, al punto que sus imágenes permearon hacia otros géneros. Luego de finalizado el reality surgió de inmediato un video (tipo youtube) que hacía una reaggetton con la situación ganador. Anteriormente el célebre “¡porqué no te callas!” había tenido un privilegio similar. El “The Clinic” utilizó uno de los dichos más celebrados del reality (un gritito que dice “¡papá, papá!” y que se supone que es el símbolo del choro de pacotilla) como una de sus portadas y por último una marca de cerveza utiliza al ganador como uno de sus personajes.
Pero ¿qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué se generó este nivel de popularidad para el reality?
El guión del reality era tan simple como inquietante. Un grupo de sujetos debía conquistar a una chica. La chica era la encargada de seleccionar, mediante eliminaciones sucesivas, al ganador “de su corazón”. La primera metáfora que a uno se le viene a la mente es aquello de los espermatozoides tratando de entrar al óvulo. De todas formas, no es la primera vez en la historia de la humanidad que se realizan juegos de esta índole. Los cuentos para niños están plagados de situaciones en las que un grupo de príncipes “de las regiones más remotas” llega hasta el palacio para tomar la mano de la princesa. El padre, usualmente, es quien convoca esta clase de concursos. Todos los que hayan leído esas historias recordarán que el ganador era siempre el contendor más humilde. El ganador no era el príncipe más rico y si lo era, estaba disfrazado de pobre, o nadie le había informado que sus padres eran los monarcas de alguna región encantada. En el caso del reality “amor ciego” se daba sin duda la misma lógica; el espermatozoide ganador no sería el más robusto o el de mejor aspecto sino el más humilde: voz de pito, bajo de estatura y un poco ridículo. Si es que esto no estuvo pauteado por el canal, quiere decir que la chica-óvulo había leído demasiados cuentos de princesas. La otra opción, la que supondría una jugada maquiavélica por parte de la chica–óvulo es que ella halla elegido al más popular para ganarse una parte de su popularidad. Una opción como esta no me parece nada de descabellada.
Ahora, la capacidad que han tenido las expresiones del ganador de instalarse, rápidamente, en el imaginario colectivo del chileno, tienen que ver con esa costumbre de estar apoyando siempre al más humilde (entre David y Goliat ganará siempre David) y uno se pregunta de inmediato porqué. La respuesta que puedo aventurar es que el chileno promedio se siente fuertemente identificado con el humilde porque se ve a si mismo como humilde. Y esa clase imágenes le da esperanzas al humilde: “si ese güeón fue capaz ¿porqué yo no?”. Con esa frase el chileno promedio recupera bastante seguridad en sí mismo, baja mucho su ansiedad. No debemos olvidar que en la “Condorito” (una revista ya arraigada en el inconsciente colectivo del chileno) el héroe es el pillo, el gracioso, el avivado. Por eso Cortizona nunca tendrá a Yayita.
La televisión se inventó como una rara forma de entretención, en la cual uno deja de ser un “humano” para transformarse en un “telespectador”. Un telespectador es alguien que ve televisión. Una pregunta que se puede hacer es ¿porqué el hombre ve televisión? Y otra pregunta que surge a continuación es ¿porqué hay algo en la televisión cada vez que la prendemos?. Ambas pueden parecer preguntas triviales y ociosas. Pero no es así.
La primera pregunta tiene que ver las motivaciones del sujeto para sentarse frente a la pantalla. El tipo está diciendo, “ok, no saldré a caminar, no iré a ver a mis amigos, no haré nada de eso, estaré mirando este aparato”. De esa manera, uno decide. Uno hace un intercambio: entrega “atención” (y por lo tanto tiempo) a un aparato. Veámoslo desde el punto de vista de la economía energética: se está entregando energía a un aparato. ¿Qué es lo recibe a cambio?. Está recibiendo placer.
La segunda pregunta ¿porqué hay algo en la televisión cada vez que la prendemos?, dice relación con las motivaciones de la contraparte, la que se halla formada por una inalcanzable industria, que se nos hace constituida de seres felices y bellos. La contraparte, como todas las industrias, quiere obtener dinero. Por supuesto, está de por medio el placer de hacer “el producto”, lo que se relaciona con “gustarle a uno a la pega”, pero en los términos del intercambio pantalla-telespectador es dinero lo que se transa. Al unir la respuesta a las dos preguntas anteriores no puede sino sorprendernos el resultado: el acto de ver televisión transforma la energía de millones de televidentes, en dinero. La situación es, por lo tanto, que el acto de ver televisión nos convierte en parte de una industria y de un proceso. Estamos “produciendo” sin que nos demos cuenta.
Para seguir con las sorpresas: el aumento de horas en que uno ve televisión consigue, a su vez, un funcionamiento más extenso del proceso. Las “parrillas programáticas” de los canales buscan, incesantemente, aumentar el número de televidentes y el número de horas en que éstos ven televisión. Este “deseo” de los canales va, comprensiblemente, muy lejano a los procesos “normales” de la vida: el televidente ideal duerme menos, toma menos aire, hace menos actividad física, pasa más tiempo encerrado, conversa menos con otros seres humanos y, probablemente, también piense menos que el promedio. Aunque, bueno es decirlo, en un país excesivamente televisado como el nuestro probablemente el promedio referido no es muy alto. Lo de “excesivamente televisado” no es una afirmación sin fundamento. Lo confirman las cifras y algunos ejemplos caseros: me han tocado algunos colectiveros que ponen un televisor para él y el pasajero. Pronto el metro instalará pantallas dentro de los vagones.
Hay elementos quizá poco éticos en las cadenas de televisión: se transforma a un ser humano en parte de una cadena productiva y se le “rapta” de su familia, sus hijos, sus obligaciones. Se les aumenta la barriga y el sedentarismo. Se les está también raptando de sus ambiciones y sueños. Al cabo de años de exposición mediático-pantallesca el sujeto casi no tendrá sueños, o si aún conserva alguno los considerará inalcanzables. El sedentarismo le habrá disminuido mucho sus deseos de luchar por ellos. Lo que se les hace noche tras noche a los “amables televidentes” es bastante poco amable.
Lo más seguro es que los analistas de la tele sepan con mucha claridad lo que explico más arriba. Pero es probable que no les amargue ni les cause culpa. Es probable que lo asuman con cierto cinismo.
Los que lean esta crónica puede que piensen, con mucha razón, “y este güeón que se queja. Seguro que ve tele como todos”. Pero esa queja no corre para mí. No tengo tele por suerte, por lo tanto “no veo tele como todo el mundo”. La veo de una manera particular, en la casa de los amigos, en los restaurantes, en los buses, etc. Cuando puedo veo tele. ¿Porqué no tengo tele? La explicación es simple: si tuviera, la vería.